Mañana es mi cumpleaños. Hoy, ayer y todos los otros
días de este año que queda atrás han sido difíciles, en donde he perdido mucho
y la vida me ha puesto a navegar en un lago sin entradas ni salidas, en un stock
como diría un economista, en un estanque de aguas que pintan entre los colores
verdes y café, diría yo, un humanista. No sé si pueda salir de él, si quiero salir
de él. En cambio, sé que necesito un borrador que quite los colores verde y café
de mi lago, quiero navegar sobre la transparencia del agua, sobre el diáfano
reflejo de los rayos del sol, de la intensidad de la luna llena.
En todos los días de mi año número treinta he buscado
un borrador que me ayude a limpiar el lago, un filtro que elimine las manchas que
este largo invierno ha ido aposando en el lecho acuático. Pero las gomas no
borran aguas, sólo montañas, desiertos, vientos y bosques. No borran verdes ni
cafés, pero sí cuanto otro color haya: azules, rojos, morados, naranjos,
violetas, grises, amarillos.
Temo que comience a roerse mi barco y se filtre
en él un pantano en el que resignado deba hundirme. Y acompañado de cada temor,
hay una esperanza burlesca como el sonido repentino que, quebrando el silencio
de la soledad, irrumpe y lleva a pensar que se acerca alguien con la goma de
borrar. Ilusiones, sueños con los que es más sano no vivir. La realidad se
observa mejor en silencio, sorda, fotografiada y cada esperanza es una mancha
que distorsiona el juicio objetivo, un ruido que despista, una turbulencia en
el medio de este lago, alejado por igual de todas las orillas que ofrece la
tierra firme.
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