Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

miércoles, 15 de enero de 2014

El violín de Yanko por Marcos Rafael Blanco-Belmonte

Madre, la selva canta,
y canta el bosque y canta la llanura,
y el roble que a las nubes se levanta,
y la flor que se dobla en la espesura,
y canta y juega el viento en el camino,
y en el rubio trigal las amapolas,
y en el cauce el arrollo cristalino,
y los troncos, los tallos, las corolas,
la tierra, el cielo azul, la mar gigante
y las hierbas que bordan el barranco.
Madre, es una canción dulce y vibrante,
que a Yanko llega y que comprende Yanko.

Era Yanko un chicuelo,
más rubio y sonrosado que la aurora,
con los ojos tan puros como el cielo
y el alma cual de artista soñadora.
La música del campo lo atraía...,
adivinaba un himno en los rumores,
que el viento recogía
al besar los arbustos y las flores,
y en el gorjeo matinal del ave,
y en el silencio de la noche grave
y en cáliz gentil de la violeta,
hallaba una canción tierna y sin nombre,
la canción sacrosanta del poeta
que apenas puede comprender el hombre.

Siempre que del mesón en la cocina
brotaban los armónicos raudales
de un violín cuya nota cristalina
es dulce cual la miel de los panales,
él escuchaba con sublime encanto
esa canción de arrullador cariño,
y con los ojos húmedos de llanto,
"quién tuviera un violín ", pensaba el niño.

La voluntad emperatriz altiva,
prestó a Yanko inventiva
para hacer un violín débil, crujiente,
cual hecho de un caballo con las crines
y con ramas de verdes limoneros;
violín tan semejante a los violines
como un trozo de vidrio a los luceros…
Mas, ¡ay!, en tal violín fue el llanto queja,
y fue la queja destemplado grito:
¡cual ruiseñor no gime la corneja
ni anida la endecha seductora
en un violín que llora cuando canta,
en un violín que chilla cuando llora!

Una noche estival toda fulgores,
al entreabrir sus párpados el cielo,
y al entornar sus cálices las flores,
arriesgóse el chicuelo
a entrar en la cocina,
y a impulsos de sus ansias ideales
tomó el rico violín de voz perlina
y le arrancó torrentes musicales.
Los peones: "Al ladrón", despavoridos
gritaron, despertándose del sueño
y sordos a los ruegos y gemidos,
feroces maltrataron al pequeño.

Agonizaba Yanko. En su agonía,
Febril y estertoroso, repetía:
"Madre la selva canta,
y canta el bosque y canta la llanura,
y el roble que a las nubes se levanta,
y la flor que se dobla en la espesura,
y las alondras al emprender el vuelo,
y las hierbas que bordan el barranco".
Y al expirar el niño, en noble anhelo,
Dijo: "¿Verdad, mamita, que en el cielo
Dios le dará un violín al pobre Yanko?"

Elegía por Guillermo Gutiérrez

Cuando tú vengas, todo será en vano;
se habrá secado ya el rosal florido;
mi corazón, lejano, muy lejano,
bajo la tierra, ya estará dormido...
Será tan dulce el sueño que me invada,
que mi oído sabrá como se agita
tu negra cabellera, desatada
para aromar mi soledad bendita.
Sentiré cuando crezcan las raíces
del árbol bueno que me preste sombra,
y al musgo que en sus anchas cicatrices
irá tendiendo una piadosa alfombra.
Tú, que en silencio velarás mi sueño,
oye el poema que en las tumbas canta.
Todo es bello y es bueno, hasta el pequeño
gusano tiene una belleza santa...
Pisa muy leve el polvo que me guarde
y escucha cómo asciende de la tierra,
en las lentas campanas de la tarde,
la armonía perfecta que ella encierra.
Se morirán los días lentamente;
y yo tendré prendida ya en la frente
la telaraña azul de la leyenda. 
Y todo será en vano... Solitaria,
una fontana perlará su lloro
cuando digas la última plegaria 
en el misterio de la noche de oro.
Aléjate en silencio de mi lado;
no te aflijas, no llores... no hagas ruido
porque mi corazón, viejo y cansado,
bajo la tierra ya estará dormido. 

Esta vieja herida por Pedro Sienna

Esta vieja herida que me duele tanto,
me fatiga el alma de largo ensoñar;
florece en el vicio, solloza en mi canto,
grita en las ciudades, aúlla en el mar.
Siempre va conmigo poniendo un quebranto
de noble desdicha sobre mi vagar.
Cuanto más antigua tiene más encanto...
¡Dios quiera que nunca se deje de sangrar!...
Y como presiento que puede algún día 
secarse esta fuente de melancolía
y que a mi pasado recuerde sin llanto,
por no ser lo mismo que toda la gente,
yo voy defendiendo, románticamente,
esta vieja herida... ¡que me duele tanto!...

La pena del viento por Francisca Ossandón

Detenerse es morir.
Y el viento lo sabe.
Las nuevas lluvias y los fríos
dan alas al viento que las coge aprisa. 
El los ojos de las violetas
hay un perfume de melancolía.
Tus pesares en horas secretas
robo y apuro de golpe.
¿No sientes de tu puerta 
los gatos negros en la fuga?
Las nuevas lluvias y los fríos
ahuyentan las alondras.
Las golondrinas lejanas, olvidan. 
Las palomas junto a mí, revolotean.
En mi corazón se clavan ansias desconocidas.
Suspira cuando florece la reina de la noche.
Y a la luz de una luna desolada
mi faz palidece.
Será tu cuerpo una desierta calle,
será mi cuerpo un jardín entristecido.
Las nuevas lluvias y los fríos
traen del tiempo reminiscencias.
¿No sientes el badajo de los recuerdos
martillar en la campana de los años?
Tren la vida, veloz y silencioso.
Mi tren repliégase en sí mismo.
Se detiene casi...
Mi pena, la pena del viento. 
Y en el viento Dios habla. 

Solea del amor indiferente por Manuel Benítez Carrasco

"Ni rencores ni perdón;
no me grites... no me llores;
lo nuestro ya se acabó...".
¿Rencores? ¿Por qué rencores?
No le va a mi señorío
guardarle rencor a un río
que fue regando mis flores.
Tú me diste los mejores
cristales de tu corriente,
y no sería decente
maldecirte por despecho
si sé que tienes derecho
a dar o negar la fuente.
Debo estarte agradecido
por tu generosidad.
Tú me diste por bondad
lo que yo di por cumplido
Me brindaste tu latido,
tus ojos siempre empañados
y los potros alocados
de tu amor en llamarada,
Me diste el beso primero
que el es que más atosiga
y me diste la fatiga
de un cariño verdadero. 
Me diste luna y estero,
tu corazón sin celaje;
y me regalaste el cielo
en tus ojos sin paisaje.
Por eso yo, bien nacido,
ni te odio ni te aborrezco.
Al contrario, te agradezco
todo lo que me has querido.
No me importa si te has ido
con tu barca hacia otro mar;
que yo no te puedo odiar
por esta mala partida, 
porque odiar, es en la vida,
un cierto modo de amar. 
Ni te vengas a mi lado
para pedirme perdón;
el perdón es la razón
de volver a lo pasado
y pasado... ¡acabado!
qué pasó... ¡porque pasó!
Déjame que viva yo
sin perdón y sin rencores,
porque por más que me llores
lo nuestro... ¡ya se acabó!

El artista por Eduardo Castillo Urízar

Yo fui un artista envidiado
a quien ciñó una corona
el mundo que hoy me abandona
porque me veo desgraciado.
Se olvida que sin hogar,
solo, hambriento va a morir
aquel que lo hizo reír,
estremecerse y llorar.
El duro pan que mi ruego
le arranca, se devuelve blando
cuando lo empapo llorando,
con mi lágrima de fuego.
.....................................
Fui dichoso cuando niño,
en esa edad de ventura
en que es blanca el alma pura
como garza y con armiño.
En que todo es inocencia,
todo es dulce y es risueño,
y es algo así como un sueño
que no acaba la existencia.
Hoy que lloro de hambre y frío
cómo sufro al recordar
las ternezas de ese hogar
que entonces hallé vacío. 
Yo quería que mi nombre
resonara por el mundo:
afán, anhelo profundo,
de aquel que empieza a ser hombre.
Quería con ansia ardiente
ser artista, que la gloria
contara al mundo la historia
de un laurel sobre mi frente.
Tras una lucha sombría
la ambición triunfó en mi pecho,
temblando llegué hasta el lecho
en que mi madre dormía.
Y con muda y honda pena,
madre mía, un sólo instante
puse mi pecho quemante,
sobre tu frente serena.
Después, loco me alejé,
como huyendo de un delito,
de aquel asilo bendito
donde todo lo dejé.
Corrí el mundo cual beodo,
tambaleándome, sin tino,
tropezaba en mi camino
y caía sobre el lodo. 
Pero me alzaba y seguía.
Iba sonámbulo y ciego,
impulsado por el fuego
de mi ambición que crecía.
Iba cual hoja a los vientos,
como corcel desbocado,
que lleva el hierro clavado
en los ijares sangrientos.
Hallé cuanto yo quería
en mis delirios hallar,
menos la paz de mi hogar
y su inocente alegría.
Ni la fe que bajo el techo
de esa mansión de ternura
inculcó mi madre pura
en el fondo de mi pecho.
Mientras yo el mundo corría
tras el placer que envenena,
ella, sola con su pena,
entre miserias moría. 
Mientras yo con ansia loca
buscaba gloria y afán,
no tenía ella ni un pan
para llevarse a la boca.
En mi amarga desventura
conservaré hasta que muera,
esta carta, la postrera
que le dictó su ternura:
"Vuelve, hijo mío, a mis amantes brazos,
yo no puedo olvidarte ni un momento.
Le hacen falta a mi pecho tus abrazos
y a mi boca tus besos y tu aliento. 
Si supieras, ingrato, ingrato, cuánto
por ti padece tu afligida madre:
este hogar está lleno de mi llanto
y del santo recuerdo de tu padre.
Estoy sola y enferma de tristeza.
Ven a endulzar mis penas, hijo mío;
si vieras, tengo blanca la cabeza 
y el corazón despedazado y frío.
Vuelve a tu alero errante golondrina
que ya tienes el plumaje humedecido
vuelve, y en triste y solitaria ruina
encontrarás tu abandonado nido.
Si tú no vienes a secar mi llanto, 
si tu no vuelves a curar mi herida,
luego, tal vez, allá en el camposanto,
bajo una cruz te esperaré dormida".
Yo creí que era una mentira
tanto dolor por mi suerte,
que nunca lleva a la muerte
el amor que un hijo inspira.
Mas, me engañé porque encierra 
de una madre el corazón
toda la fe, la pasión,
todo el amor de la tierra.
Se me encona más la herida
al recordar con dolor
aquella noche de horror,
la más negra de mi vida.
Era una noche de hielo
del invierno, una de aquellas
en que se van las estrellas
a vagar por otro cielo.
El telón se levantaba,
el teatro lleno y ansioso,
y yo sonriendo, nervioso,
con impaciencia esperaba.
De pronto, alguien para mí
trajo una carta cerrada,
cuya cubierta enlutada
con brusca mano rompí. 
Al saber lo que decía
sentí miedo, quedé yerto.
-¡Mi madre, mi madre ha muerto!,
grité con voz de agonía.
Sentí en mi frente sonrojos
y tempestades de mar,
pero no alcanzó a llegar
ni una lágrima a mis ojos.
Todas juntas y silentes
se condensaron en calma,
y cayeron en mi alma,
tempestuosas y candentes.
Desde ese instante fatal
siento un dolor siempre nuevo,
dolor que en el pecho llevo 
clavado como un puñal.
El telón se levantaba,
el teatro lleno y ansioso,
y yo aturdido, nervioso,
nada en el mundo esperaba.
Y así tuve que salir.
¡A cuántos manda la vida
que, con la mano en la herida,
hagan al mundo reír!
Mientras yo hubiera deseado
estar solo en mi agonía,
todo un teatro me aplaudía, 
frenético, entusiasmado.
Y su aplauso atronador,
y su grito de entusiasmo,
parecía un sarcasmo
y un insulto a mi dolor. 
Al escucharlo me dije:
"¿Por qué se burla de mí?", 
y tanto, tanto sufrí,
que en silencio lo maldije.
Después el remordimiento
con implacable tesón,
me desgarró el corazón
hasta dejarlo sangriento. 
Por mi frente dolorida
surcó una arruga temprana,
y asomó en ella una cana,
la primera de mi vida.
Para matar mi dolor
busqué un cariño; fui un necio:
no comprendí que el desprecio
sólo merece un actor.
Él no nace para amar,
sino para hacer reír
y después para morir,
mendigando, sin hogar.
En este mundo de olvido
todo cuanto luce y brilla
es espuma que en la orilla
se desvanece sin ruido.
Se rompe en la adversidad
el corazón solitario
como un roble centenario
que azota la tempestad.
En esta vida sin calma
todos cumplen su condena:
llevar oculta una pena 
en lo más hondo del alma.
El hombre aquí es un alud
que, con variada fortuna,
rodando va de la cuna
al fondo del ataúd. 
Yo como muchos caí
en profundo precipicio,
y en las tinieblas del vicio
desesperado, me hundí. 
La taberna fue mi hogar, 
ese sitio oscuro y cruel
adonde va todo aquel
que sufre y quiere olvidar.
En ella perdí el talento
y el mundo que me abandonó,
y el artista mendigó
por las calles su alimento.
Voy errante por el mundo
a solas con mi congoja,
sin encontrar quien recoja
mi beso de moribundo.
Perdónale su pasado, 
madre santa, al pobre hijo
a quien el mundo maldijo
cuando lo vio desgraciado.
Y antes que la tierra fría
trague ansiosa mis despojos,
ven a cerrarme los ojos
desde el cielo, madre mía. 

Profecía por Rafael de León

Me lo dijeron ayer
las lenguas de doble filo
que te casaste hace un mes...
Y me quedé tan tranquilo.
Otro cualquiera, en mi caso,
se hubiera echado a llorar;
yo, cruzándome de brazos,
dije que me daba igual.
Nada de pegarme un tiro,
ni enredarme a maldiciones,
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus balcones.
¿Que te has casao? ¡Buena suerte!
Vive cien años contenta
y a la hora de tu muerte
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los altares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi madre
que no te guardo rencor,
porque sin ser tu marido
ni tu novio, ni tu amante,
yo soy quien más te ha querido:
¡con eso tienes bastante!

-¿Qué tiene el niño, Malena?
Anda como trastornao;
le encuentro cara de pena
y el colorcillo quebrao.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destroza la ropa
subiéndose a coger nidos.
¿No te parece a ti extraño?
¿No es una cosa muy rara
que un chaval de doce años
lleve tan triste la cara?
Mira que soy perro viejo,
y estás demasiado tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigila, mujer, vigila...
Y fueron dos centinelas
los ojillos de mi madre.
-Cuando sale de la escuela
se va pa los olivares.
-¿Y qué busca allí?
-Una niña:
tendrá el mismo tiempo que él.
José Miguel, no le riñas,
que está empezando a querer.
Mi padre encendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre,
y te compró unos zarcillos,
y a mí, un pantalón de hombre.
Yo no te dije "te adoro",
pero amarré a tu balcón
mi lazo de seda y oro
de mi primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofreciste en recompensa
dos cintas de color de rosa
que engalanaba  tus trenzas.
-Voy a misa con mis primos.
-Bueno; te veré en la ermita..
¡Y que serios nos pusimos
al darnos agua bendita!
Mas, luego, en el campanario,
cuando rompimos a hablar:
dice mi tía Rosario
que la cigüeña es sagrá...
Y el colorín y la fuente,
y las flores, y el roció,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río.
Y el  bronce de esta campana,
y el romero de los montes,
y aquella raya lejana
que le llaman horizonte.
¡Todo es sagrao! Tierra y cielo,
porque too lo hizo Dios.
-¿Qué te gusta más?
-Tu pelo.
¡Qué bonito te salió!
Pues, y tu boca, y tus brazos,
y tus manos redonditas,
y tus pies, fingiendo el paso
de las palomas zuritas.
Con la blancura de un copo
de nieve te compraré.
Te revestí de piropos
de la cabeza a los pies.
A la vuelta te hice un ramo
de pitiminí precioso,
y luego nos retratamos
en el agüita del pozo.
Y hablando de estas pamplinas
que inventan las criaturas,
llegamos hasta tu esquina
cogidos de la cintura.
Yo te pregunté;
¿En qué piensas?
Tú dijiste:
-En darte un beso.
Y yo sentí una vergüenza
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos en la ventana.
-Mi hermanito está en la cuna;
le estoy cantando la nana.
"Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi padre no te quiere
ni yo tampoco".
Y mientras que tú cantabas,
yo inocente, me pensé
que la nana nos casaba
como a marido mujer.
¡Pamplinas, figuraciones
que se inventan los chavales!
Después la vida se impone:
tanto tienes, tanto vales...
Por eso yo, al enterarme 
que estabas un mes casá,
no dije que iba a matarme
si no... ¡que me daba iguá!
Mas, como es rico tu dueño,
te brindo esta profecía:
tú, cada noche, entre sueños,
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que tu boca me besó,
y te llamarás ¡cobarde!
como te lo llamo yo.
Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico
y se llevó una cigüeña 
mi corazón en el pico...
Pensarás: No es cierto nada;
yo sé lo que estoy soñando.
Pero allá en la madrugada
te despertarás soñando.
Pero allá en la madrugada
te despertarás llorando
por el que no es tu marío
ni tu novio, ni tu amante,
sino... ¡el que más te ha querío!
¡con eso tienes bastante!

La casada infiel por Federico García Lorca

Y que yo me la llevé al río 
creyendo que era mozuela, 
pero tenía marido. 

Fue la noche de Santiago 
y casi por compromiso. 
Se apagaron los faroles 
y se encendieron los grillos. 
En las últimas esquinas 
toqué sus pechos dormidos, 
y se me abrieron de pronto 
como ramos de jacintos. 
El almidón de su enagua 
me sonaba en el oído, 
como una pieza de seda 
rasgada por diez cuchillos. 
Sin luz de plata en sus copas 
los árboles han crecido, 
y un horizonte de perros 
ladra muy lejos del río. 


Pasadas las zarzamoras, 
los juncos y los espinos, 
bajo su mata de pelo 
hice un hoyo sobre el limo. 
Yo me quité la corbata. 
Ella se quitó el vestido. 
Yo el cinturón con revólver. 
Ella sus cuatro corpiños. 
Ni nardos ni caracolas 
tienen el cutis tan fino, 
ni los cristales con luna 
relumbran con ese brillo. 
Sus muslos se me escapaban 
como peces sorprendidos, 
la mitad llenos de lumbre, 
la mitad llenos de frío. 
Aquella noche corrí 
el mejor de los caminos, 
montado en potra de nácar 
sin bridas y sin estribos. 
No quiero decir, por hombre, 
las cosas que ella me dijo. 
La luz del entendimiento 
me hace ser muy comedido. 
Sucia de besos y arena 
yo me la llevé del río. 
Con el aire se batían 
las espadas de los lirios. 

Me porté como quien soy. 
Como un gitano legítimo. 
Le regalé un costurero 
grande de raso pajizo, 
y no quise enamorarme 
porque teniendo marido 
me dijo que era mozuela 
cuando la llevaba al río.

Déjame que te quiera por María Cristina Menares

Déjame que te quiera
así, calladamente,
sin ansias, sin palabras,
sin inquietud,
como humo que muere
en el azul. 
Como una melodía
que se olvida.
Sin risas estridentes
de alegría,
sin llanto quejumbroso
en el dolor.
Quieta, ahogadamente,
sin voz.
Que sea mi ternura 
como el eco
de dos alas que vuelan
a lo lejos.
Como sombra perdida
en el confín.
Déjame que te quiera 
silenciosamente.
Sin ansias, sin palabras, 
¡así!

Adolescencia por Juan Ramón Jiménez

Aquella tarde, al decirle
yo que me iba del pueblo,
me miró triste -¡qué dulce!-,
vagamente sonriendo.
Me dijo: -¿Por qué te vas?
Le dije: -Porque el silencio 
de estos valles me amortaja
como si estuviera muerto.
-¿Por qué te vas? -He sentido
que quiere gritar mi pecho,
y en estos valles callados
quiero gritar y no puedo. 
Y me dijo: -¿A dónde vas?
Y le dije: -Adonde el cielo
esté más alto y no brillen
sobre mí tantos luceros.
Hundió su mirada negra
allá en los valles desiertos,
y se quedó muda y triste,
vagamente sonriendo.

Súplica por Félix Armando Núñez

¡Déjame que te quiera!
Estoy solo y volvió la primavera.
¡Déjame que te quiera!
Mi amor no es la dulzura esperanzada
del huerto en primavera.
Mi amor no espera nada.
¡Déjame que te quiera!
Yo tengo la dulzura fatigada
del árbol que en otoño sólo espera
entregar su cosecha perfumada 
para morir soñando ¡Déjame que te quiera!
No podrías amarme. Eres retoño
de nuevas primaveras,
y mi vida es un lánguido otoño;
¡déjame que te quiera como quieras!

Lied por Rafael Alberto Arrieta

Éramos tres hermanas. Dijo una:
"Vendrá el amor con la primera estrella..."
Vino la muerte y nos dejó sin ella.
Éramos dos hermanas. Me decía:
"Vendrá la muerte y quedarás tú sola..."
Pero el amor llevola.
Yo clamaba, yo clamo: "¡Amor o muerte!
¡Amor o muerte quiero!"
Y todavía espero...

Canción por Juan Guzmán Cruchaga

Alma, no me digas nada,
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.
Una lámpara encendida
esperó toda la vida 
tu llegada. 
Hoy la hallarás extinguida.
Los fríos de la otoñada
penetraron por la herida
de la ventana entornada.
Mi lámpara, estremecida,
dio una inmensa llamarada.
Hoy la hallarás extinguida.
Alma no me digas nada,
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.

jueves, 2 de enero de 2014

El albertío por Violeta Parra

Yo no sé por qué mi Dios 
le regala con largueza 
sombrero con tanta cinta 
a quien no tiene cabeza. 

Adónde va el buey que no are, 
responde con prontitud, 
si no tenís la contesta 
prepárate el ataúd. 

Vale más en este mundo 
ser limpio de sentimientos, 
muchos van de ropas blancas 
y Dios me libre por dentro. 

Yo te di mi corazón, 
devuélvemelo enseguida, 
a tiempo me he dado cuenta 
que vos no lo merecías. 

Hay que medir el silencio, 
hay que medir las palabras, 
sin quedarse ni pasarse 
medio a medio de la raya. 

Yo suspiro por un Pedro, 
cómo no he de suspirar, 
si me ha entregado la llave 
de todo lo celestial. 

Y vos me diste el secreto 
de chapa sin cerradura, 
como quien dice la llave 
del tarro de la basura. 

Déjate de corcoveos, 
que no nací pa' jinetes, 
me sobran los Valentinos, 
los Gardeles y Negretes. 

Al pasito por las piedras 
cuidado con los juanetes, 
que aquí no ha nacido nadie 
con una estrella en la frente. 

Discreto, fino y sencillo 
son joyas resplandecientes 
con las que el hombre que es hombre 
se luce decentemente. 

Alberto dijo me llamo, 
contesto lindo sonido, 
mas para llamarse Alberto 
hay que ser bien "albertío".

Resumen noticioso

Si fuera otra persona no volvería a entrar a este blog. Toda agenda personal es cíclica: esta soledad me tiene hablando las mismas cosas cada cierto tiempo con los mismos amores, los mismos miedos y el mismo odio de siempre contra el mundo, contra la héteronorma y la homofobia. ¿Qué culpa tendrá ella de querer a quien yo quería con cariño sincero? Pero me molesta igual, me invaden los celos y una ira de digno despechado. 

Y esta cabeza calva, cada día más calva no me deja en paz, me atormenta, me persigue. Mi fealdad me angustia e inquieta porque es eterna y aunque la olvidara cien saldrían y salen a mi camino a recordarla. Después me preguntan que qué me pasa, qué porque tengo esa cara... además me juzgan por ser feo. Lo aceptaría si me lo mereciera pero no tengo velas en este entierro de la injusticia, de la gente fea.

Porque no soy rubio ni tengo los ojos azules, porque mi atributo es la ternura y el esfuerzo, porque ni siquiera egreso y ya todos se hacen planes con mi sueldo y una carrera que todavía no tengo, porque siempre tengo que escuchar "sorry no eres mi tipo", porque me dicen Dieguito, porque piensan que siempre tengo que decir que sí, porque creen que mi paciencia es eterna como la muerte, porque no saben que le tengo miedo a morir y quiero vivir para siempre y no sentir la inclemencia del tiempo perdido, porque ya va a llegar la mujer ¡la mujer!, todo a su tiempo y porque creo que todas ese montón de frase armada vale callampa (con todo el respeto que le tengo a las callampas que le echo a los fideos con salsa).

Tengo rabia de que todos se anden fijando en los pasos que doy porque les causó curiosidad de que nunca le hayamos visto una polola pues Dieguito, a su edad. Y porque si no me prestan atención igual me molesto y me da más rabia. En esta noche me siento tonto y carente de estrategia y frialdad, me pasó por andar leyendo horóscopos y ver bondad en los ojos de los demás, me pasó por confiar, por dejar todo a la suerte, cosa que claramente no tengo. Suerte tienen otros, sus amigos, aquellos que trabajan con ella, haciendo apuestas, jugando a la lotería y la imploran y la llaman, pero yo siempre he sido enseñado a que la suerte no existe, que existe el éxito y depende del esfuerzo, de la perseverancia... que basura de discurso, que frustrante la brecha de lo ideal y lo real. 

Hablando al Padre por Gabriela Mistral

Padre: has de oír
este decir
que se me abre en los labios como flor...
Te llamaré
Padre, porque
la palabra me sabe a más amor.

Tuya me sé
pues que miré
en mi carne prendido tu fulgor.
Me has de ayudar
a caminar,
sin deshojar mi rosa de esplendor.

Me has de ayudar 
a alimentar
como una llama azul mi juventud,
sin material
basto y carnal:
¡con olorosos leños de virtud!

Por cuanto soy
gracias te doy:
porque me abren los cielos su joyel,
me canta el mar
y echa el pomar
para mis labios en sus pomas miel. 

Porque me das, 
Padre, en la faz
la gracia de la nieve recibir
y por el ver
la tarde arder:
¡por el encantamiento de existir!

Por el tener 
más que otro ser
capacidad de amor y de emoción
y el anhelar
y el alcanzar, 
ir poniendo en la vida perfección.

Padre, para ir 
por el vivir,
dame tu mano suave y tu amistad,
pues, te diré,
sola no sé
ir rectamente hacia tu claridad.

Dame el saber 
de cada ser
a la huerta llamar con suavidad,
llevarle el don,
mi corazón,
¡y nevarle de lirios su heredad!

Dame el pensar
en Ti al rodar
herida en medio del camino. Así
no llamaré,
recordaré
el vendador sutil que alienta en Ti.

Tras el vivir,
dame el dormir
con los que aquí anudaste a mi querer.
Dé tu arrullar
hondo el soñar.
¡Hogar dentro de Ti nos has de hacer!