Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

miércoles, 8 de octubre de 2014

Para vivir

Copiapó, capital de la Región de Atacama, ciudad minera típica, no se escapa a los fenómenos naturales y sociales de las localidades que basan su actividad económica en la explotación y exploración minera. Ríos secos, relaves en medio de la ciudad, explosión demográfica, población flotante, aumento de precios y el respectivo costo de la vida, auge económico, migración nacional e internacional, demandas sociales y ciudadanas para que alguien o algo absorba las externalidades negativas de la actividad minera... un sin fin de problemas más, pero sin duda que hay una que duele un poco más, que llaga más la herida: los recursos que derivan de las ganancias de la producción minera y su comercialización parecen pedacitos de islas de hierro atraídos magnéticamente a un imán gigantesco que habita en Santiago, capital nacional. Algunos le llaman poder. 

Pero hay otra arista cuyo análisis ha sido más bien débil y ocasional: la vivienda. Por lo general, un tema logra tomarse la agenda pública luego de algún evento focalizante como se denomina en el lenguaje de las políticas públicas a los eventos o hechos que concitan la opinión pública y la hacen más sensible respecto de un problema público como ha sido el derrumbe de la mina San José en 2010 que evidenció a un disminuido Servicio Nacional de Geología y Minería e Inspección del Trabajo, como lo fueron los atentados terroristas en Santiago tras la colocación de bombas en concurridos lugares y que dejó en el descubierto una política de inteligencia y seguridad interna más bien vulnerable.

En el caso de la política de vivienda o habitacional es posible encontrar eventos que en su mérito serían lo suficientemente potentes para catalizar gestiones orientadas a generar viviendas que den dignidad y calidad de vida a sus habitantes además de seguridad en su posesión, goce y uso; me refiero a los terremotos de 2010 en la zona centro sur chilena y el que en primer semestre de 2014 azotó al Norte Grande, así como al mega incendio que quemó poblaciones enteras en los cerros de Valparaíso también en el primer semestre. La simple lógica, el más sentido de los comunes indicaría una revisión inmediata por parte de la autoridad de los estándares de construcción con que se edifican y levantan casas en el país, revista a las garantías de edificación en lugares seguros, de fácil acceso a los servicios básicos, cercanos a escuelas, consultorios, centros comerciales de abastecimiento, comisarías, etc., lo que en otras palabras se resumiría en una revisión al diseño de poblaciones y conjuntos habitacionales, a los planos reguladores de las comunas cuyo uso de suelo traba las nuevas concepciones de diseño de una comuna moderna, de los indicadores de crecimiento demográfico y poblacional en ciertas comunas y de cómo ello entra en proporción con la oferta privada y estatal subsidiaria de vivienda, los precios de los arriendos y dividendos, el surgimiento de tomas ilegales de terreno y más.

Puede que lo anterior esté estudiado ya (no pretendo descubrir América), que se hayan hecho los esfuerzos por parte de la autoridad pública para asegurar una vivienda digna, pero evidentemente no ha sido suficiente. Por una parte, mientras desde las regiones escuchamos por las noticias cómo en la Municipalidad de Santiago y de Providencia se congelan permisos de edificación en sectores determinados, en Copiapó vemos todos los días en los diarios los elevados costos de arriendo de viviendas vis a vis una población que crece más y más dentro de una ciudad que tiene cada vez menos lugares a los que expandirse.

Hace meses fue inaugurado un condominio con dos torres de edificios y los malos resultados de las ventas dejan a la vista menos del diez por ciento de ocupación y una tela que cuelga flamante rezando "entrega inmediata". Muchos pensamos que los departamentos iban a ser un éxito de ventas porque las páginas web radiales de la ciudad se reventaban con solicitudes y consultas de arriendo, sin embargo, el alza sostenida de precios producto de los sueldos que ofrece la minería terminó por levantar una barrera económica que no ha podido ser superada por muchas familias.

Mientras tanto, en otros sectores residenciales de la comuna surgen diversas tomas ilegales de terreno como otro síntoma de la débil y lenta respuesta que tanto el mercado como el Estado dan a las demandas de los copiapinos. Sumado el mínimo nivel de riesgo moral de los pobladores de las tomas ilegales con una pobre política habitacional local, se van formando y regenerando cordones de marginalidad en los cerros más agrestes de Copiapó ante la paciencia y permisividad del Gobernador que al no desalojar estas tomas ilegales pone en serio riesgo a los pobladores si se considera que no poseen acceso al agua potable ni a electricidad (pero sí poseen grandes vehículos y mediaguas más grandes que las casas de las poblaciones adyacentes, a las que nuestros vecinos y padres postularon veinticinco años atrás con verdadero esfuerzo y necesidad). Los pobladores además de vulnerar el derecho de propiedad, atentan contra la salud y calidad de vida de sus propias familias, una fuerte lluvia podría barrer con sus viviendas o un incendio podría poner en riesgo la vida de los habitantes de las mediaguas. ¡Cuán poco se ha aprendido del incendio en las poblaciones de los cerros de Valparaíso!

Ciertamente que existe un problema, una falta de oportunidad en la acción pública del Estado cuya acción se basa en la entrega de subsidios de vivienda social o impulsa el arriendo, pero siendo francos, ¿no hará falta algún incentivo mayor a la construcción, a la regulación del alza de los precios en general, o la denominación de Atacama como una región extrema? También la escasez hídrica es un agravante, si es que no una raíz del problema tratado, por cuanto el agua es un recurso indispensable tanto en la construcción de conjuntos habitacionales como en la posterior distribución del bien destinado al consumo humano. Ya es indesmentible que nuestra cuenca hídrica no está dando el ancho con las necesidades humanas e industriales de la región puesto que por la distribución geográfica de los asentamientos humanos e industriales la gran minería es la primera en cortar la primera y gran tajada de flujo acuífero para que el resto lo pelee el agro copiapino y la población... si adherimos a la batalla a las constructoras el panorama empeora más. El agua, recurso de composición natural para el sustento vital es también un recurso económico para el sustento material y que por lo tanto se transa en un mercado cuya industria está débilmente regulada.

En el lenguaje de las políticas públicas y a la luz de la teoría aportada por John Kingdon, el desarrollo de una política seria consiste de la existencia de tres tipos de procesos que fluyen por corrientes distintas y paralelas, a saber, una definición y delimitación del problema público, una serie de alternativas debidamente estudiadas y contrastadas científicamente, y un proceso político en donde diversos actores de poder están dispuestos a avalar e impulsar alguna solución. Afortunadamente, el aporte teórico de John Kingdon va mucho más allá de lo mencionado, que sin embargo, es lo medular y para efectos de esta columna no es necesario ahondar. Una vez que estas tres corrientes de procesos confluyen se abre una ventana de oportunidad que ofrece justamente a la autoridad pública la chance de dar categoría de problema público a una situación negativa, pero ello no siempre está destinado a suceder y por tanto he ahí la importancia de los eventos focalizantes mencionados párrafos atrás.

¿Y qué hay de todo esto en la política pública habitacional en Copiapó? La buena fe institucional permitiría dar por hecho la definición del problema con un respectivo árbol de problema y objetivos en que se identifiquen claramente los flancos a intervenir y los parámetros, las situaciones deseadas y en relación a esto, una serie de alternativas de solución a implementarse. No obstante, la tercera corriente está ausente, perdida, oculta, arcana. La necesidad de que algún parlamentario/a, alcalde, autoridad central u organizaciones de la sociedad civil tomen valientemente esta bandera de lucha (a la luz de toda evidencia, abandonada o poco considerada en las arenas de la política) es urgente. También urge que la autoridad pública no espere eventos desastrozos al respecto para tomar decisiones, sino que se involucre de oficio en avanzar a las reales soluciones que el problema amerita. Si bien el Gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet contempla un programa ambicioso y generoso con énfasis en tres principales reformas del Estado (educacional, tributaria y constitucional) que requiere una concentración de los esfuerzos y los recursos para su logro en cuatro años, ello no constituye una excusa para descuidar el resto de políticas sectoriales en donde se ubicaría la habitacional.

Son tantos los desincentivos para vivir en Copiapó que deberían abortar per se cualquier voluntad de raigambre en la zona, tantos son los desincentivos que cuesta creer que sólo por dinero migrantes nacionales e internacionales estén dispuesto a venir a probar suerte sin la garantía más mínima de éxito. Vislumbra, pues, la poca capacidad de atracción que tienen otros polos de desarrollo y de actividad económica para mantener a sus habitantes en sus zonas respectivas, tanto en el resto de Chile como en el vecindario. Las razones del problema vivienda están a la vista, una solución efectiva no tanto, ni en el corto plazo ni en el mediano, lo que es lamentable si se entiende que una vivienda conforma el hogar donde reside el núcleo de la base de la sociedad (la familia) y que por lo tanto debiera tener un trato más acucioso y ambicioso, el trato digno que merece el lugar que los chilenos elegimos para vivir.

lunes, 6 de octubre de 2014

La casa de mis tías

Siento pena por los niños y niñas que son hijos únicos por una razón muy simple y obvia: sus hijos no tendrán tíos, tías, primos y primas. Realmente una lástima, no concibo la vida sin ellos. Es que a veces necesitamos a alguien más que a la mamá y papá, algún primo que sea cómplice porque tu hermano se ha vuelto muy acusete para ganarse algún permiso o a veces necesitamos a algún tío o tía que pueda darnos aquello que a los papás no les parece porque hacerlo significa restar disciplina a la crianza. 

Por ejemplo, mis tíos en los asados familiares siempre me compraban helados y papalotes o me regalaban dinero para que me lo gastara en lo que quisiera (adivinen, podía estar treinta minutos haciendo esperar a los dueños de un negocio para finalmente comprar una papa frita. Hoy no es muy distinto). En fin, en los tíos encontramos siempre el espacio de flexibilidad que no existe en la relación altamente jerárquica y rígida entre papá/mamá e hijos. Los tíos y tías regalonean a sus sobrinos, y cuando quieren vengarse de sus hermanos, nos cuentan acerca de los hechos que avergonzaron a nuestras madres y padres en sus infancias ¿y por qué te reta tanto porque te sacaste un rojo si él/ella era porro y se quedó repitiendo como tres veces? Dile eso cuando te rete.

Me cuesta dejar de decir "la casa de mi abuelo" y comenzar a llamarla "la casa de mi tía Nidia, la casa de mi tía Cristina"; años de costumbre. Es una casa humilde, grande y por la que han pasado a mi parecer y pobre cálculo, cerca de cien almas contando desde el día en que mi bisabuela y bisabuelo compraron la casa de Pedro León Gallo y la convirtieron en un negocio de carbón. Es una casa esquina de adobe con una mezcla de paja y barro en su fachada, una entrada lóbrega suena fuerte cuando ponemos un pie en el piso de tablas, uno adivina cuando vienen a abrir la puerta y con un poco más de costumbre adivinamos quién se paró a abrir la puerta en caso de conocer la cadencia de sus caminadas. Tiene un sólo piso a simple vista, pero en realidad esta casa tiene dos pisos y es la única que conozco en que entramos al segundo piso y no al primero: el resultado de vivir en una ciudad construida en cerros. La casa de mis tías tiene un patio grande que se distingue por sus pajareras y el canto de los inseparables, por el taller de soldadura de mi abuelo, por los gallineros de mi tía Cristina. La sala o living si se le quiere llamar es muy linda, elegante pero a mí me da un miedo inmenso, creé un trauma porque ahí ha habido dos velorios y a mí la muerte me causa trauma, todo un tema. No la entiendo, ¿para qué morir, para qué?

Mi tía Cristina y Nidia son hermanas mayores de mi padre, son un ejemplo de hermanas, se acompañan, se apoyan, se quieren y se respetan tanto que se tratan de usted. La mayoría de las veces van juntas a todos lados, como cuando van a visitar a mi tía Sylvia que en realidad es tía de ellas, de mí es tía abuela. Ellas son la casa, con sus tazas de té y sus adorables manías (antes no encontraba razón lógica de mi carácter maniático hasta que las fui conociendo un poco más), sus dichos y sentido simple y bello de la vida. A mi abuelo Lalo le gustaba criar inseparables y les tenía unas jaulas bellas en el patio, ahora que él ya no está se puede decir que además de una numerosa familia dejó un  tierno legado, sus dos hijas, perfecta metáfora de los inseparables de mi abuelo. 

Poema del hijo por Gabriela Mistral

A Alfonsina Storni

I

¡Un hijo, un hijo, un hijo! Yo quise un hijo tuyo
y mío, allá en los días del éxtasis ardiente,
en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo
y un ancho resplandor creció sobre mi frente.

Decía: ¡un hijo!, como el árbol conmovido
de primavera alarga sus yemas hacia el cielo.
¡Un hijo con los ojos de Cristo engrandecidos,
la frente de estupor y los labios de anhelo!

Sus brazos en guirnalda a mi cuello trenzados;
el río de mi vida bajando a él, fecundo,
y mis entrañas como perfume derramado
ungiendo con su marcha las colinas del mundo. 

Al cruzar una madre grávida, la miramos
con los labios convulsos y los ojos de ruego,
cuando en las multitudes con nuestro amor pasamos,
¡Y un niño de ojos dulces nos dejó como ciegos!

En las noches insomne de dicha y de visiones,
la lujuria de fuego no descendió a mi lecho.
Para el que nacería vestido de canciones
yo extendía mi brazo, yo ahuecaba mi pecho...

El sol no parecíame, para bañarlo, intenso;
mirándome, yo odiaba, por toscas, mis rodillas;
mi corazón confuso, temblaba al don inmenso,
¡y un llanto de humildad regaba mis mejillas!

Y no temí a la muerte, disgregadora impura;
los ojos de él  libraran los tuyos de la nada,
y a la mañana espléndida o a la luz insegura
yo hubiera caminado bajo de esa mirada....

II

Ahora tengo treinta años, y mis sienes jaspea
la ceniza precoz de la muerte. En mis días, 
como la lluvia eterna de los polos, gotea
la amargura con lágrimas lentas, salobre y fría. 

Mientras arde la llama del pino, sosegada,
mirando a mis entrañas pienso qué hubiera sido 
un hijo mío, infante con mi boca cansada,
mi amargo corazón y mi voz de vencido.

Y con tu corazón, el fruto de veneno,
y tus labios que hubieran otra vez renegado.
Cuarenta lunas él no durmiera en mi seno,
que sólo por ser tuyo me hubiese abandonado. 

Y en qué huertas en flor, junto a qué aguas corrientes
lavara, en primavera, su sangre de mi pena,
si fuiste triste en las landas y en las tierras clementes,
y en toda tarde mística hablaría en mis venas. 

Y el horror de que un día con la boca quemante
del rencor, me dijera lo que dije a mi padre:
"¿Por qué ha sido fecunda tu carne sollozante
y se henchieron de néctar los pechos de mi madre?".

Siento el amargo goce de que duermas abajo
en tu lecho de tierra, y un hijo no meciera
mi mano, por dormir yo también sin trabajos
y sin remordimientos, bajo una zarza fiera.

Porque yo no cerrara los párpados, y loca
escuchase a través de la muerte, y me hincara,
deshechas las rodillas, retorcida la boca,
si lo viera pasar con mi fiebre en su cara.

Y la tregua de Dios a mí no descendiera:
en la carne inocente me hirieran los malvados,
y por la eternidad mis venas exprimieran
sobre mis hijos de ojos y frentes extasiados. 

¡Bendito pecho mío en que a mis gentes hundo
y bendito mi vientre en que mi raza muere!
¡La cara de mi madre ya no irá por el mundo
ni su voz sobre el viento, trocada en miserere!

La selva hecha cenizas retoñará cien veces
y caerá cien veces, bajo el hacha, madura.
Caeré para no alzarme en el mes de las mieses;
conmigo entran los míos a la noche que dura. 

Y como si pagara la deuda de una raza,
taladran los dolores mi pecho cual colmena.
Vivo una hora entera en cada hora que pasa;
como el río hacia el mar, van amargas mis venas.

Mis pobres muertos miran el sol y los ponientes
con un ansia tremenda, porque ya en mí se ciegan.
Se me cansan los labios de las preces fervientes
que antes que yo enmudezca por mi canción entregan. 

No sembré mi troje, no enseñé para hacerme
un brazo con amor para la hora postrera,
cuando mi cuello roto no pueda sostenerme
y mi mano tantee la  sábana ligera.

Apacenté los hijos ajenos, colmé el troje
con los trigos divinos, y sólo de Ti espero,
¡Padre Nuestro que estás en los cielos!, recoge
mi cabeza mendiga, si en esta noche muero.


Poema dedicado, a su capacidad sabia de permanecer en mi memoria de eterno plazo.