Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

domingo, 23 de junio de 2013

Carta motivacional: 'Algún día'

Querido, estimado y muy sentido amigo. Amigo en el sentido coloquial de la palabra, no realmente amigo… no sé cómo poder llamarte sin necesariamente volver a repetir tu nombre, me imagino que entiendes y aceptarás otra excentricidad más de mi parte. Sabes bien lo mucho que me avergüenza exponerme a este nivel.

Como no encontré motivo suficientemente grande para llamar o enviar algún mensaje vía tecnología de celular, me envalentono para escribir una entrada más de nuestra no historia porque te echo de menos a menudo. ¿Cómo amaneciste hoy o el once de junio?, ¿qué músculo te dolió más en el entrenamiento?, ¿cuántas botellas de cervezas bebiste en el último asado?, ¿creciste un poco o sólo has perdido peso?, ¿cómo está tu familia? y ¿sigues juntándote con las mismas malas influencias de siempre?

Hace poco me afeité la barba, es que quería engañar a la gente y parecer más delgado que de costumbre como lo hace Gabriel Boric o al menos intentarlo. De todas maneras he contado a diez personas que me han dicho que he perdido peso y creo que debe ser el té mágico que encontré en una tienda china sumado al pan integral y los ejercicios que me recomendó mi hermano. No sé qué más decirte, es que me siento bien, tengo paz y creo que de seguir sin viéndonos ya no te extrañaré en lo absoluto, lo que me deja más tranquilo al fin y al cabo, quizás te pueda olvidar sin darme cuenta.

Está haciendo mucho frío y sabe que sigo esperando el día que me quieras, con fe y estoico. Creo que al menos en eso no erro porque la fe mueve montañas y ellas se moverán. Pues bien, termino esta misiva y espero que más temprano que tarde, le guste a quien le guste, podamos aunar los ánimos y compartir las mañanas, el té, el mate, el café y el pan, comentar juntos las noticias de Copiapó, de su equipo de fútbol y su mal alcalde, que me retes si me ves prendiendo un cigarro y me invites a comer y sí... que hablemos de la tabla de posiciones, de cervezas, los lugares de Santiago y de la película que podríamos ver en el cine o en la cama. Bendiciones. 

P.D.: sé que también me quieres porque nadie te ha querido a través de un blog nunca. Con eso me gané un ventrículo para siempre. 

miércoles, 12 de junio de 2013

Bienaventurado yo

Tiene que haber sido el día en que me caí en la plaza de Copiapó por haber ido a donar dinero a la Teletón el año 2008, cuarto medio. En la noche me fui a dormir a la casa de Rosario y no sé cómo Óscar (entonces Darío) obtuvo mi número de celular. Yo estaba aburrido y apenas recibí el llamado de la voz de un colombiano invitándome a salir a las tantas de la noche corrí como sólo yo pude haberlo hecho en esos instantes, un adolescente buscando nuevas experiencias. 

Dentro del jeep estaba Sebastián como copiloto y de piloto iba Óscar, ingeniero en algo, excelente partido pero me adelantaba en una década casi, colombiano. Regalo para mi alma. Trato de describir e inmortalizar aquel bello evento de manera exacta, pero fue hace más de cinco años... daré, pues, algunas regalías a mi imaginación. Me preguntaron de mi vida y como es indicado en esas ocasiones, nunca debemos dar mucha información: la probabilidad de que tus amigos del chat sean asesinos o neonazis encubiertos nunca es cero. Terminamos los tres en unas dunas en que había una fiesta (típico de la zona) cerca de Viñita Azul pero nos quisimos aburrir rápido y partir... entre todos nos reconocimos y en un verdadero código de caballeros nos presentamos como si nunca nos hubiéramos visto... yo en ese tiempo tenía un Nokia 2600 y la batería duraba días. Cerca de donde alguna vez pasó el río, Sebastián se bajó a orinar y quedamos con Óscar como presos de la oscuridad y yo preso además de su acento, "obvio que lo pasé bien, más ahora que conozco a un chico tan guapo". Corría un mar dentro mío y yo quería salir corriendo, pero me contuve... a esas horas era más probable que me mataran en el camino a pie de vuelta a casa a que me mataran mis nuevos amigos en un arranque de locura. Ya estaba todo listo y decidido: Sebastián se haría el enfermo y habría que ir a dejarlo a su casa y así, al bajarse, Óscar me preguntaría si yo prefería ir a mi casa o a tomarnos algo a la suya. 

Era que no. Entro a su casa, me ofrece un jugo, el viejo truco del jugo, mientras me acomodaba en el sillón y en la tele hablaba don Francisco y seguramente mi examor platónico, Felipe Humberto Camiroaga, me voy dando cuenta de la clave, de la institución informal: los caballos. Su acento colombiano de a poco me fue presentando la casa de El Palomar. Volvió dentro de poco a Colombia para las fiestas de fin de año. 

Unos días después de aquella primera aventura, pasó algo que cambió mi vida: di la PSU. Terminé en Santiago y llevo ya casi cinco años. Pero no me adelantaré tanto. Luego del Año Nuevo, como es habitual me trasladé a Puerto Viejo, una playa sin mucha conectividad hasta ese momento por casi dos meses hasta que debí preparar el viaje y volver a Copiapó cerca de dos semanas antes de emprender rumbo. Raya para la suma: nos vimos nuevamente y el mismo jeep pasó por mí en calle Chacabuco para volver a ver los mismos caballos bajo la guía infalible de un acento colombiano recargado. Para romper el hielo me dijo su verdadero nombre con un: prefiero que me llames Óscar, Darío se me ocurrió en el camino. Antes o después de no recuerdo qué, le comuniqué que me vendría a vivir a Santiago y a estudiar lo que no le pareció mucho "¿sabes? te quería proponer pololeo, pero ahora que me dices esto no veo que tenga mucho sentido". Mi acento copiapino y mi voz gangosa se tupieron, pero mis manos supieron responder y salir del paso con impensada ciencia. Era imposible pero no por ello dejaríamos de soñar y luego cantamos y reímos y jugamos. Nunca más lo vi tan de cerca.

lunes, 3 de junio de 2013

Monólogo II

Nos encontramos en el Terminal de Buses San Borja y estaba lloviendo tal como cuando volvimos a Santiago. Trajiste pocas cosas para todo el tiempo que íbamos a estar allá y viste cómo tengo razón: casi dos semanas usando un número reducido de prendas; muy norte será, pero en estas fechas de frío el sol no acompaña mucho. El bus partió casi puntual, diez minutos más tarde de lo que correspondía y ya sabrás que llevo años viajando desde mi casa a Santiago, antes lo hacía con holgura y ahora termino fácilmente con un dolor de espalda y sueño que no puedo salir a visitar a nadie en el día mismo: doce horas de viaje continuo hacen daño, pero me imagino que a ti no te hará mucho… si vienes cansado es probable que te duermas apenas arranque el motor.

Pensé que iba a ser un viaje típico, agotador con una exageración del aire acondicionado y condenado como siempre a las películas fomes, con niños llorando a medianoche y sólo una almohada para intentar dormir, si teníamos suerte nos daban una frazada de polar (declaro mi odio a esa estafa de tela que apenas entrega un mísero grado de calor). Pero estaba cansado del ajetreo típico de mis sábados, dormí hasta despertar frente al mar cerca de la una de la madrugada contigo al lado como en el mejor de mis sueños y yo te desperté mientras abría la cortina del bus para que viéramos la belleza de la luna sobre el mar. Nuestras manos se buscaron solas y se encontraron, los dedos de entrelazaron otra vez sin importar si el resto dormía, se hacían los que dormían o si llamaban a los asistentes para que intervinieran nuestra conducta. ¡Qué importaba todo eso si la luna parece que me hubiera avisado que se estaba reflejando en las aguas! Y así, a la altura del Norte Chico volvimos a dormirnos. Todavía quedaba un nuevo desafío: llegar a mi casa, sorprender a la gente con tu visita.

Al despertar comenzaba a aparecer el Desierto de Atacama y la neblina a obstruir la visiblidad como todas las mañanas, decías que cómo me podía gustar semejante nada y yo te decía que era algo más, que costaba irse de la casa a otro lugar para comenzar a valorar y extrañar, para crear identidad… no sirvió mucho que te dijera que no era una belleza fácil sino compleja, que la soledad de un cerro también esconde un atractivo. Te pusiste a revisar el celular y a chatear con quién sabe quién. Se sabe que se está llegando a Copiapó cuando comienzas a ver algunos árboles y algunas empresas de vehículos y neumáticos (algo que nunca he entendido muy bien). Si te fijas, puedes ver desde lejos la ciudad como sumergida en un agujero y cuando ya estás en ella, te das cuenta por la aparición de un puente que no tiene río, un supermercado, un terminal, una tienda de construcción y el Monumento de la Paz Mundial.

No sé qué pasa que ahora cuesta tanto tomar un colectivo para llegar a mi casa, algunos pasaban vacíos y no nos paraban. ¿Tanta cara de santiaguinos tendremos? Esta calle se llama Atacama y sí, los cables por aire son lo más feo, pero ya te irás encantando con la vida copiapina, con el sol y la magia de nuestros cerros. Yo sí estoy cansado, pero feliz. Se ve bien ese contraste entre tu cuerpo y mi ciudad, el sol te hace juego. El colectivo se demora como diez minutos de acá a la casa, sí, noto tus ansias, pero yo tampoco estoy muy tranquilo. Se paga los dos… Los Volcanes por favor, Villarrica con Parinacota. Por acá hacen la Fiesta de la Candelaria en Febrero y en esa escuela que se ve allá estudié en la básica. Mira, ahí va la Coni… ¡hola!

Están bien que despierte a todos pues, es mi estilo y el precio por no ir a buscarnos, sentémonos un momento antes de subir a la pieza. Hola mamá, papá, bien ¿y ustedes? Les presento a un amigo de Santiago que invité… venimos cansados porque el bus se demoró las doce horas y nos despertamos a mitad de camino, ¿tomemos desayuno? Se me olvidó traer mi taza de Leo. Voy a saludar a mis hermanos. Al menos se llevaron bien, hablaron de fútbol y son Libras los dos, a mi mamá le encantan los jóvenes respetuosos y caballeros y bueno… más rato me echaron al agua, te dijeron de mis mañas, de cómo aprendí inglés, de mi escuela Sol de Atacama y de los gatos, pero bueno… así son los padres y qué decir de mis hermanos… terminaron viendo la U versus la UC. Me senté a tu lado a ver el partido abrazo mediante y sentía tu olor tan bien como si estuvieras ahí de verdad, tu pelo castaño era como oro reflejando sol y de la nada comenzó a temblar el suelo. Te aterrorizaste. La vecina hizo su escándalo correspondiente ( están como para ir a terapia juntos). Cuando abrí los ojos el temblor había terminado y el motor del bus se apagó. “Bajada en Copiapó, rápido que debemos seguir avanzando hacia Caldera señores pasajeros” señalaba el asistente del bus que me instaba a bajar. Cuando me puse la mochila en la espalda me hallé sin sueño. Caminé procurando no hablar solo como enseñándote la ciudad.