Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

lunes, 30 de noviembre de 2020

Estructura inestable

Ni con un knock out podría olvidar el brillo que se hizo en tus ojos cuando me volviste a ver. Sólo yo los vi brillar por encima de la mascarilla, tan sensibles y sinceros. Nadie más te vio, así que imagino que no sabes cómo delataste el sentimiento que más ocultas a los demás, hasta a mí. Obviamente que no podía creerlo, nunca he podido creer ser depositario del amor de un hombre guapo. Da lo mismo. Yo también te quiero, también me gustas. 

Sabrás que, en mis sueños, de la nada, incluso de no quererte ni recordarte apareces, con ese estilo tuyo tan canceriano, una noche distante y otra preocupado y tierno. Soñé, por ejemplo, que me ibas a dar el bueno días en plena pandemia, me dabas la mano y me apretabas dentro de tu abrazo, con el chaleco negro y el pantalón color pastel. Era un abrazo fuerte como cuando lleno de amor, envuelvo mi almohada y la aprieto contra mi pecho a ver si puedo sacarme algo de este sentimiento tuyo que me desborda, era el abrazo que nos debemos y del que intuyo no podremos separarnos más. Hubo otro sueño en el que me tomaste las manos con tal fuerza que no tuve dudas, era el apretón de las tuyas, con esa textura áspera y cálida que me vuelve loco. Es cierto que no entiendo de sueños, preferiría dormir sin soñar y sentir despierto tus besos, abrazo y sexo. Pero en la realidad todo es tan distinto, siento que no te conozco, que el brillo que alguna vez desperté en tu mirada se opacó por completo; el hombre que quise ya no existe; lo deshicieron los rumores, las indecisiones y esa falta de atención mínima que me mata. 

Mi cariño también es de hombre mortal, se pierde en otros amores, se cansa, se muere. Sé que tengo cientos de estructuras que moldean mis respuestas, que me ponen de pie día a día y que paran al hombre que soy. En estas estructuras no caben las dudas y no te culpo; tampoco yo he sido lo necesariamente claro para abrirte las puertas. La inestabilidad me desconcierta, desarma mi estructura y me derrumba, sé que puedes darte cuenta cuando caigo porque me ves todos los días y percibes en mi lenguaje corporal la tensión. Sé que mi presencia también te incomoda y lo que menos quisiera es alejarte; hoy me moriría de pena verte marchar aun cuando es lo que hace meses estás haciendo. También me mataría renunciar a mí mismo, fingir que no te quiero, que no me gustas y que no me pesa tener que mirarte sin amor. Cuánto pesa, querido, esconder mi alegría cada vez que me defiendes de una injusticia, de mí mismo o de mis miedos infundados. 

A mis treinta años siento que la vida se me esfuma y las amenazas aumentan cada día que pasa -ya dije que tengo miedos infundados-, no tengo paciencia, primero porque nunca la he trabajado y segundo porque toda la que he logrado se me está agotando. Pero si me pides que te espere lo hago, si no lo haces sólo nos queda liberarnos el uno del otro.

sábado, 14 de noviembre de 2020

El sábado se lava ropa

Ya había pasado la hora del almuerzo que no preparé, día sábado, otro más de esta pandemia; correspondía lavar ropa y luego tenderla al sol de la primavera. Ideal haberlo hecho a las nueve de la mañana y gozar, como siempre pienso, de un día entero dedicado a la casa, al aseo, quizás cocinar un rico almuerzo aunque fuera sólo para mí. El domingo dormiría hasta tarde, haría ejercicios, leería libros, pasearía a los perros... cualquier cosa que no involucrase pensar mucho en mí, solo, es autosabotaje. 

Barrí la mierda de los perros para no pisarla mientras tendía ropa, de todas formas Marilú volvió a cagar después de haber comido un sobre de alimento húmedo, porque el sábado o domingo, a las mascotas se las regalonea; por otra parte, sirve para mezclarlo con la vitamina en polvo y que se la traguen sin darse cuenta. 

Se me había pasado el tiempo y la ropa quedó húmeda en la lavadora más de lo recomendable, pero insistí en tenderla; un pantalón, una polera, una camisa y un chaleco. Me imaginé llegando al lugar de todos los días y crear una escena en que activase su instinto protector, me mostraría vulnerable y expuesto dentro de su órbita de cuidado. Llegaría vestido sólo con camisa, sin abrigo, pasaría frente a él y azul de frío. Pecaría, arriesgando infierno, mintiendo sobre el motivo que me obligó a llegar desabrigado: no tuve tiempo de lavar ropa el fin de semana, ningún sweater me quedaba limpio. Evidentemente, me ofrecería el que tiene de emergencia, siempre precavido como el mejor de los padres hace. Así, yo sabría si aún le importaba y reafirmaría mi ridículo ego. 

Ese es el problema de tender la ropa en primavera, el sol quema fuerte, achicharra las neuronas y pasan en mi imaginación las escenas más improbables, se me remueve el corazón y se inyecta droga en mi organismo, siento en una fracción de segundo el sabor de la felicidad y en menos de lo que ladra un perro vuelvo a la realidad, a seguir tendiendo ropa y echar a la lavadora la segunda y última carga. Pensar que después debería planchar. Fin de la ilusión.