Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

domingo, 11 de octubre de 2015

Manuel

Hace meses que busco el rostro del chino de la Candelaria por las calles de Copiapó, he buscado incluso por Vallenar, Freirina, Hacienda San Pedro y Caldera algún pedacito de su cara caminando encima de sus pies. Sólo pude verlo por segunda vez el quince de agosto en el baile y de nuevo mi corazón latió como un terremoto.

Esta semana, en las redes sociales busqué en los amigos de uno de mis contactos el rostro del chino de la Candelaria. Por enésima vez. Con resignación bajaba el cursor y miraba en esos cientos de rostros el de él, hasta que lo vi. Estaba junto al rostro de una mujer, la cual presumo su novia por los ademanes clásicos de las selfies de amor que circulan en redes sociales. Sentí alivio de conocer la verdad de aquel misterio que marcó tantos meses míos, pensando y chocando con las paredes de mis propias limitaciones. Cuando vi el nombre asociado a la foto me di cuenta de que en realidad se trataba del perfil de una mujer, su novia. Cuando pude averiguar más y conocí el nombre del chino de la Candelaria, entré a mirar su perfil, cuya imagen era la misma que la de ella, melosidad nivel infinito (entiéndase mi despecho). Facebook y sus facultades psicopáticas venían a poner fin a meses de dudas e ilusiones de mi idealismo mágico. 

Estuve impactado durante las primeras horas, cuando me conversaban en el trabajo sentía que estaba de pie en un terremoto y que la voz me salía sorda. De a poco tomé tranquilidad y continué trabajando hasta que pude retomar el ritmo de mis obligaciones. En la noche no entendía nada, sentía dolor, pero lo que más me molestaba era el sabor amargo de la derrota, en donde mis ilusiones fueron abatidas una vez más por el peso espantoso de la realidad. No me gusta perder. Prefiero ganar y tener la razón. 

Ahora que ya acepto la realidad y asumo mi dolor, reflexiono de mis patrones de ilusiones de la misma manera de siempre: buscando una canción que me lo explique. Si antes me gustaba escuchar versos como Fui de Bahrein hasta Beirut y no encontré ojos así como los que tienes tú (Ojos así de Shakira) o Cuando no tenía nada deseé, cuando todo era ausencia esperé... (A primera vista de Pero Aznar), ahora soy proclive a These precious illusions in my head did not let me down when I was a kid (Precious Illusions de Alanis Morissette), Me gustan los problemas, no existe otra explicación, esta sí es una dulce condena (Dulce condena de Los Rodríguez) y Me acerco y le pregunté por qué cantaba tan triste; porque no tuve respuesta del suspiro que me diste (¿Adónde vas jilguerillo? de Violeta Parra).

Se terminó el misterio de la Candelaria con sus miedos e ilusiones, comienza una nueva etapa de libertad y paz para mí. Agradezco a mi Virgen haberme devuelto aquella hermosa sensación de sentir el corazón latir más fuerte que un terremoto. No se me olvidará jamás, pero quizás ya es tiempo de que deba canalizar la voluntad de mi amor hacia nuevas tareas y misiones. Se llama Manuel.

lunes, 5 de octubre de 2015

Un domingo promedio con valores atípicos

Me levanté tarde, cerca de las 12 del día. Ayer sábado trabajé y necesitaba descansar lo suficiente para reponer las energías de seis días de trabajo. Debía lavar mi ropa de trabajo y el día acompañaba para que se secara pronto. Tomé desayuno antes de bañarme (nunca lo hago) pero al ser domingo excepcional no me importó. Pablo llamó a la puerta de la casa y me regaló dos empanadas de pino, me aventuré sólo con una. Me bañé, me vestí, salí a monitorear el crecimiento de mis plantas, le di comida a mis gatas, les tomé fotos, las subí a las redes sociales, colgué la ropa y fui al supermercado a comprar postre y una ensalada para el almuerzo donde mi tía Sylvia. 

Cuando llegué al almuerzo, pensé que ya estarían almorzando, pero sólo estaba la mesa puesta. Ayudé, preparé una ensalada, puse los vasos, llegó Millaray con Salvador y Ayalén. Almorzamos y nos servimos el postre. Todo muy lindo, muy caluroso pero eché de menos a Leandro. Su madre aún no me responde el mensaje de Whatsapp donde le solicito que me envíe una foto de él. Es verdad que está en una etapa de rabietas y mal comportamiento, pero yo lo entiendo, es un niño y es imposible ver maldad en sus acciones. Lo extraño, espero que vuelva pronto y que podamos volver a jugar (y no lo digo porque no juguemos desde hace mucho tiempo, sino porque su necesidad de estar siempre al lado de Gabriela ya se le ha hecho un hábito, su madre es su mundo ya nadie más existe para él). 

Luego de almorzar pasamos al living a conversar acerca de las plantas, libros en mano, mirando folletos y catálogos de plantas y flores. Salvador dormía plácidamente, ni siquiera tiene un mes y ya es un hombrecito adorable, no es llorón y lo que más amo de él es que no soporta estar sucio y cuando pasa mucho tiempo sin que cambien sus pañales se inquieta y llora, Es Virgo y se entiende, entonces. Después de tomar un té para agilizar el engullido de la comida, salí al patio a hacer un poco de orden, a botar basura y limpiar un espacio estrecho por el cual no podían transitar las energías, ni los gatos, ni uno. Quedó un poco mejor pero falta mucho, yo creo que es una misión imposible. El mal de Diógenes es terrible. 

Luego tomamos el té, conversamos como siempre y finalizado aquello, fuimos a conversar más y más con mi tía Sylvia acerca de cualquier cosa. Nunca nos falta tema. Eso es bueno. Me fui. Tomé colectivo. Vi a Alexis desde el colectivo, él no a mí. Llegué a mi casa a regar, cocinar algo rápido, ver qué tan secos estaban los pantalones y a darme cuenta de que el tiempo es demasiado cruel y no perdona. Me faltan horas y mi voluntad no es suficiente, nunca, para que pueda dormirme temprano. 

A descansar, previo Padre Nuestro, Dios te salve, Ángel de la Guarda, el Credo y la señal de la Santa Cruz. Leandro, te amo.