Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Resumen trimestral

Ha vuelto la primavera y con ella, recuerdo que la última vez que entré a escribir algo a mi blog de autoría propia era invierno para criticar a la FECh, impíamente. Desde dicho tiempo a esta parte han pasado tantas cosas interesantes de comentar a través de este medio casi epistolar. 

Terminé mi práctica profesional en la Municipalidad de Santiago. A principios de abril comencé una de las últimas etapas de mi formación profesional en la Subdirección de Participación Ciudadana y debo decir que fue una experiencia en que aprendí muchísimo y conocí a grandes funcionarios públicos, el balance siempre es positivo. Durante el último mes aún no tenía claro mi futuro de corto plazo hasta que empecé a cuestionarme cual Examen de Conciencia una de las preguntas más ridículas pero necesarias en la vida de cada ser: ¿qué me hace feliz? Miles de alternativas venían a mi mente en ese momento trabajar, amar, disfrutar, viajar, leer, estudiar. Pero la indispensable radicaba en algo más profundo y es que si uno lleva más de cinco años de estudio y sacrificio para convertirse en profesional, no será importante que más allá del legítimo deseo de obtener retribuciones materiales de dicha inversión, también haya que preocuparse que en el ejercicio profesional seamos felices. Y evidentemente que mi felicidad ya no estaba en Santiago o puede que sí pero quizás a un millón de años luz (ya me puse dramático). Días enteros sin la luz del sol, toda la semana el aire contaminado, la distancia con la familia, el frío del invierno, la inseguridad y esa pena que me da la lluvia. Nada me ataba a la capital más que terminar la práctica y cerrar una ayudantía por lo que decidí volver a mi tierra, al Norte Chico para retribuir a los míos, para trabajar por Atacama con los días llenos de sol, el tiempo dirá en qué y cómo. 

Al volver me regalé una semana de relajo o más bien dos, siendo justo. Vida social, mucha tele y comida por montones, chocheé por mil junto a Leandro, niño terapéutico, no hay otro. Hasta que un día decidí que era hora de terminar mi informe de práctica, lo que finalmente me tomó más tiempo del que supuse. El último día de redacción del informe comí mucho maní y hubo uno especial que me rompió la encía de una muela y se alojó en la herida (que asco), lo que me produjo un dolor horroroso de muela, un dolor que para mí es verdugo, es a estas alturas un castigo divino. Yo no lo sabía, sólo sentía dolor y supuse que era la muela del juicio. El dentista apenas me miró decidió inyectarme anestesia y enviarme de vuelta a los asientos de espera. Cuando me llamó otra vez y yo estaba convencido de que me iban a extirpar la pieza, me dice que no era así, que tenía un resto de maní incrustado en una herida que me produjo infección con consiguiente dolor e hinchazón. Definitivamente había entrado desde hace una semana en lo que don Pedro Engel llama Infierno Astral, una diarrea antes del evento de la muela del juicio había azotado mi salud. Y antes de la diarrea, Leandro se resfrió y su pecho se llenó de flemas. Terrible tiempo, creo que no me podía apenar nada más que ver a Leandro enfermo, con dolor y fiebre. Finalmente somaticé pero nada que no pudiera arreglar con remedios caseros en el caso de la diarrea y un bello dentista en el caso de la infección molar. El informe de práctica fue otro parto que no avanzaba ni dilataba, aunque estaba todo listo, las taras de Word siempre son algo que conlleva tiempo corregir, juntar hojas esparcidas por la memoria de mi computador, hacer gráficas, interpretar y opinar, todo lo que pensé que podía hacer un día me tomó casi una semana. Resumen: ciento sesenta y cuatro páginas, días enteros de tecleo y digitación. Con mucho orgullo escribí en la portada del informe: COPIAPÓ, CHILE y envié por correo el casi kilo y medio de papel a la oficina del profesor guía en la capital.

Desbloqueado el envío del informe de práctica comenzó otra batalla, diría que la batalla final: estudiar para el Examen de Título, la última etapa que cierra mi calidad de estudiante universitario de Administración Pública. Días enteros leyendo textos y resúmenes que cuando finalizaban aumentaban mi angustia al darme cuenta de que no podría estudiar toda la carrera en tres semanas. Iluso. Pero al menos me propuse un método menos ambicioso y más práctico, el que logré finalizar aunque hubiera sido en el último segundo previo al examen. En estas semanas tuve diversas tareas extraprogramáticas como mi cumpleaños, el de mi tía Eli y el de Ayalén. El tiempo era valiosísimo entonces, cualquier segundo contaba para leer aunque fuera un artículo del Estatuto Administrativo o alguna diapositiva de Ciencia Política. Mientras más me acercaba a la fecha del examen, más irritable estaba.

Volví a Santiago y alojé en la casa de un primo porque dejé el departamento del 301-A en donde viví por casi tres años con Camila y Felipe. No quería que nadie me hablara, que nadie me tocara ni interrumpiera mi plan en marcha para aprobar aunque fuera con nota mínima el examen. Todos los santos de todas las religiones eran mis copilotos. El día del examen escrito pasó y mi ansiedad bajó a la mitad, sentí que me había ido tan bien que no necesitaría una nota tan alta en el más temido que es el examen oral, frente a una comisión de cinco profesores. Apenas pasó la primera compañera a dar su examen mi ansiedad se multiplicó por mil, todos los miedos que había neutralizado con grandes razones volvieron hasta que llegó mi turno de enfrentar a la comisión examinadora. Fue cerca de las once y treinta minutos de la mañana del jueves cuatro de septiembre. Hace como tres semanas. En el momento en que preparaba mi respuesta sentí miedo, cómo iba a responder qué había que hacer cuando se caía una corchetera del quinto piso de una institución pública y rompía la carrocería de un auto. Aprenderme los principios de la Ley 18.575 no fue en vano y con la mente más fría de toda mi vida me lancé a escribir mi respuesta en menos de una hoja. Tan seguro estaba que hasta tenía ganas de sentarme en esa silla que era casi como de ejecución de condenados a la pena capital. Respondí y hablé de corrido con un tono muy de político convincente, que es lo que yo creo y recuerdo. No sé cómo me habrán percibido los demás pero me fui calificado con un 6.3, por lo que creo que mis expectativas no estaban tan lejos de la realidad. Felicidad, satisfacción, relajo e incredulidad de que por fin hubiera terminado mi paso por la universidad, y con mucha intención de sonar soberbio, la mejor universidad de este país. Esa noche no supe más de mí, celebré con mis compañeros el éxito y terminamos desayunando en el Mercado Central unas empanadas y platos de pescado con té de hoja mientras afuera llovía sin parar. Ayer recibí mi nota del examen escrito, me fue mejor que en el oral y ya se cierra definitivamente mi era de estudiante, aunque no descarto en el corto plazo realizar un magíster si los conocimientos llegaran a quedarme cortos.

Podría pasar días enteros hablando del Examen y de la aventura en sí misma que ha sido el proceso de titulación, además de lo bello que es la Administración Pública como ámbito de conocimiento teórico y no tanto. Se ha pasado más de la mitad del año y yo siento que no ha pasado mucho, que en unos días más haremos todos nuestros balances anuales de vida y que me voy a quedar con poco que contar. De todas maneras, siempre es positivo el balance y egoísta mi mirada de tanto que ha pasado pero yo todavía no lo creo. En estos días me he propuesto ayudar a mi tío Luis en la gestión de la parcela, junto a Katia, mi prima hemos dedicado algunas horas a sentar las bases estratégicas y organizacionales de lo que se llama Granja Educativa Uta Wila, Casa Colorada que justamente es la parcela pero con un nombre al que podamos referirnos formalmente de ahora en adelante.

Aún no he ido yo mismo a buscar trabajo porque estoy esperando titularme, ganar dinero no se me ha hecho muy urgente por lo que puedo soportar unas semanas más de cesantía, o para que no suene tan trágico, semana sabática. De todas maneras, mis currículum andan transitando en las oficinas de Recursos Humanos de Atacama porque de algo estoy seguro: no salgo más de Copiapó.