La perra (2017) es la cuarta novela de la escritora colombiana Pilar Quintana, por la que ganó el IV Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana. En esta novela se relata la relación que sostiene Damaris y Chirli, ama y mascota, respectivamente, y en paralelo las experiencias vitales que hicieron de Damaris la adulta en que se convirtió.
A raíz de una matanza de perros en la playa de
su localidad, Damaris, sorprendida y conmocionada por la maldad humana, decide
adoptar a una de las cachorras sobrevivientes. Damaris es una mujer adulta que
trabaja en la casa de los Reyes, una familia acomodada que por circunstancias
que deben leerse en el texto, deja la propiedad en manos de cuidanderos,
despreocupándose de su mantención y cuidado. Damaris y su esposo Rogelio, viven
de lo que sus manos pueden conseguir; la pesca y la mantención de la casa
Reyes. Sin mayores ingresos ni comodidades, la pareja vive con otros tres
perros y sufre por no poder concebir hijos, especialmente Damaris, para quien
la maternidad es un anhelo frustrado.
A medida que Chirli crece, comienza a seguir
sus instintos animales, lo que choca contra la mal formada impresión de Damaris
acerca de los perros, tendiendo a humanizarla y sobreprotegerla. Tales
contradicciones comenzarán a roer la relación entre ambas hasta un punto de no
retorno cuando Damaris se dé cuenta de que su perra es capaz de hacer algo que
ella nunca podrá.
Esta historia permitirá al lector elucubrar sobre
la fuerza del instinto animal y lo urgente que es para los seres humanos
aprender a comprender a las mascotas, quienes por más amor que despierten,
siempre serán animales y responderán al llamado de la naturaleza. Ello no
quiere decir que no haya que educar, esterilizar y respetarles; es que a veces
se juzga a los perros o gatos, se les aplica un concepto de justicia
que ni siquiera es efectivo en los seres humanos y, en consecuencia, se les aplican
castigos asignándoles intencionalidades humanas, “Este perro me rompió las
plantas porque quiere hacerme daño”¸ “Tu gato cazó un pájaro que cantaba
hermoso y lo dejó botado de mera maldad”, “La coneja se comió a sus
crías porque es una mala madre”. Estos prejuicios me suenan, los he tenido
también, a veces mi paciencia tampoco es suficiente y se me nubla la razón,
pero nunca es tarde para aprender a criar.
La gran moraleja de este texto es
que nadie está lo suficientemente preparado, la vida siempre golpea y la falta
de terapia es notoria. Los dolores, los fracasos y las frustraciones al no abordarse
roen pensamientos, acciones y relaciones en el amplio sentido del término:
relaciones consigo mismo, con la familia, amigos, colegas y un largo etcétera
que contempla a las mascotas. Este libro permite cuestionar la capacidad económica
e inteligencia emocional que demanda adoptar una mascota, ¿es todo el mundo apto?
Otro tema relevante es cómo los
seres humanos extendemos los defectos de la especie a otras, como el racismo y la
segregación social, ya que aquellos animales que tienen un linaje mestizo están
generalmente más expuestos al abandono, a la adopción irresponsable, a matanzas
masivas, infecciones y soledad. No así, aquellos animales de raza que son
altamente cotizados en tiendas que promueven la explotación sexual de las
hembras.
El texto traslada fácilmente al
lector al ambiente playero, un pueblo alejado de la urbanización, la humedad caribeña
y sus generosas lluvias. También y con la misma capacidad, puede la autora
imbuirnos de la psicología de su protagonista, pasear por sus estados de ánimo,
acompañarla en su soledad, en lo simple y lo complejo. Una técnica que es
recurrente en su escritura es la de relatar de lo general a lo particular, como
una toma desde un lente amplio que de a poco hace zoom. Recomiendo este libro
como compañero de cuatro mascotas (y a veces he tenido más), levanta un mensaje
potente, una llamada urgente a descentralizar la salud mental, a educarse
respecto a las mascotas y abandonar las lógicas humanas y antro centristas en
su crianza. Sin lo anterior, sufren los animales, pero apenas es posible darse
cuenta ya que ellos no hablan ni votan.
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