Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

domingo, 27 de enero de 2013

Seguiré cocinando de forma impopular


Al terminar de leer esta entrada, pensarán que no estoy más que haciéndome la víctima. Yo lo llamaría legítimo derecho a pataleo en contra de las personas mal agradecidas. Todo comenzó con la cara de cansancio de mi madre acompañada de un me carga tener que estar todos los días pensando en qué cocinar, estaba sentada al lado de mi hermano y entonces comprendí que la flojera es contagiosa -con eso me convencí bien-. Como el buen hijo que trato de ser, me dispuse a hacer el almuerzo con la condición de que me dejaran en paz, sin intromisiones ni arrepentimientos, luego de que vean de lo que preparo no lleve esto o lo otro, o tenga más sal o menos pimienta. Cuando aprendí que eso era un real fastidio lo hacía saber, pero ahora de inmediato dejo bien clara la advertencia: una intervención indeseada y no sigo cocinando, nos vemos a la hora de almuerzo. Es cierto, dejo mucho ver mis atisbos de dictador o tirano, pero no cocino veneno y los años frente a los cuchillos y fogones avalan mi experiencia.

No comprendo a quienes se estresan por no saber qué cocinar cuando todo lo que se requiere es una simple planificación antes de comprar los alimentos e ingredientes, elegir 31 comidas diferentes al mes e ir al supermercado o a la feria. Por último, mirar recetas en internet, si la imaginación no es lo que más se ha desarrollado, es un recurso válido. 

Paso primero, analizar el paradigma desde el cual se cocina y analizar la epistemología del objeto y sujeto culinario (broma). Primer paso, abrí el refrigerador y unos sugerentes zapallos italianos fueron elegidos para acompañar el arroz con lechuga. Nada del otro mundo: lavar todas las verduras, cortar en rodajas el zapallo italiano y a cada lonja se le deja caer un poco de sal para que bote líquido, entonces, se aprovecha el líquido y se agrega pan rallado para que de cierto modo se adhiera al zapallo. Los freí. Paralelamente hervía tres tazas de agua para cocer una taza y media de arroz -soy de la vieja escuela y cuezo el arroz con el doble de tazas de agua- mientras freía en la olla el ajo, la zanahoria y el morrón en cubos junto a la lechuga picada. En media hora el arroz estaría listo, cocinado a llama baja y con un tostador mediante. Olvidaba algo: la sal.

Cuando terminé de freír los zapallos italianos, rallé 3 zanahorias y una betarraga; en otra fuente de vidrio eché una caja de porotos en conserva para agregarles el jugo que exprimí de uno o dos limones. Mi mamá ya comenzaba a pasearse por la cocina con cara de tragedia. Lavaba la loza del desayuno. De seguro estaba pensando en las explicaciones que está acostumbrada a entregar a mi hermano mayor las veces en que no cocina con carne. Pero esta vez algo distinto ocurriría: él está enojado conmigo y se enoja hacia dentro porque no me habla, no me mira, no me nada... cuando llegó, preguntó mami qué hiciste de almuerzo, nada, cocinó el Diego, ¿y no hicieron carne?, cocinó el Diego. Esta escena ocurrió cuando ya todos habíamos almorzado, cuando ya mis dos hermanos menores y mi madre se habían burlado en mi cara del almuerzo, cuando mostraron su dependencia terrible a un pedazo de carne. Padecen de un mal social inmenso: calificar una comida sin haberla probado alguna vez, creer que lo han comido todo cuando con suerte son felices con fideos, huevo, arroz y un poco de mayonesa. Me excedí y por soberbio puede que me queden todas las comidas malas para siempre, pero es el desaire que más me disgusta: cocinar para todos y que no den las gracias. 

Mi almuerzo no estaba malo, yo he probado comidas universalmente malas y por respeto las como, pero mi almuerzo no era nada de eso, al contrario era algo sano, libre de grasas y animales muertos. Quité del menú la mayonesa y la carne lo que resultó impopular, sin embargo, hice el bien. 

domingo, 13 de enero de 2013

La montaña más triste del mundo


Estoy triste, no imaginan cuánto. El giro del cosmos puso en mis retinas una de las películas que más me llegan y asistir voluntariamente a su final no es otra cosa que un acto de masoquismo. Me faltó corazón para llorar cuando vi los ojos de Heath Ledger, en su rol de Ennis del Mar, llenos de lágrimas y cerrando su closet, en cuya puerta colgaba la postal de Brokeback Mountain y las ropas de su difunto amante Jack Twist. Más triste es todo cuando recuerdo que Ledger está muerto. Uno murió por allá y el otro por acá. Imagino que a quienes hemos visto esa película nos queda la misma sensación de impotencia y de duro realismo. Sigo con el corazón destrozado y recordando cómo se cerró aquel armario para dar paso a un guitarreo acompañado de una armónica para ambientar la tristeza western, la soledad de aquel desierto estadounidense. He was a friend of mine se titula la canción de Bob Dylan que se encarga de cerrar el filme, dejándome sin palabras suficientes para describir el dolor del fin de Jack Twist y recordar que Heath Ledger ya no está en este planeta.

Más adelante, luego cenar y tomar té con la familia subí a mi dormitorio y encendí el televisor y el notebook para comenzar a escribir. Comenzaba la entrevista a Daniel Muñoz, actor chileno de la popular serie Los 80, y las primeras imágenes exhibieron fueron aquellas en que le comunica a su esposa que había sido despedido del trabajo, entonces en plena crisis económica; la calidad del trabajo de Tamara Acosta (Ana en la serie) llenó el ambiente de la escena de tristeza y más dolor que mi alma recibió una vez más en el mismo día. Para terminar de rajarme los sentimientos quise buscar en Youtube Keep me in your heart del difunto (otro más) Warren Zevon, la canción del capítulo final de House M.D. y la escuché.

Cierro mis ojos por un momento y como es costumbre mía, me pongo de pie y salgo a mirar los cerros que rodean la población, más arriba veo las estrellas nítidas y más nostalgia se apodera de mi corazón. Tengo ganas de llorar y albergar más penas que logren sacarme el llanto desde el estómago, que los perros y los gatos se contagien y me acompañen en este momento morado. Mi hermana duerme en la cama de arriba del camarote y ambos no soportamos ver llorar al otro… botaré mis lágrimas en silencio, la noche por mientras bajará los grados de calor del día.

Les dejo el link de la película y la canción de Bob Dylan por si en esta nueva noche me quieren acompañar a llorar. Mañana reiremos otra vez.



martes, 8 de enero de 2013

Absurdo II

Nunca sé cómo empezar mis entradas y casi nunca lo hago por el título, pero ahora que sé a quien dirijo mis palabras, digamos que el título fue lo primero que se me ocurrió y no es la continuación de la historia de mi vecina, sino la conclusión de lo que a estas alturas del partido va entre un cariño viejo y malo y yo. Estoy vendiendo mi dignidad a unos cuantos recuerdos, a un par de emociones que asocié de pronto a César, a unas rimas en inglés que retrataron de manera magistral lo que debí haber sentido en el momento que comenzaste a cortejar a tu nueva chica. No la odié pero sí la envidié y le dedicaría mi set de canciones despechadas cuya lista no dista a muchas entradas de esta; tampoco me sentí mal, triste o desdichado en esos momentos porque había adquirido la capacidad de mantener los sentimientos ahogados en un respiro, en el límite del estómago; si el revoltijo de sentimiento hubiera llegado del estómago al corazón habría estado más que jodido cuando los vi besándose. Lo controlé y al parecer ahora que tengo tiempo libre vengo a recordar las Reflexiones de un vencido, escritas uno o dos veranos atrás, vengo a sentir lo que no sentí esa vez con una autocompasión anacrónica. Todo por culpa de una canción de Adele, de estar durmiendo en la misma cama en que te soñé con los míos y de ver caer la misma estrella fugaz en que imploré con desesperación por un futuro entre tú y yo, o algo material que fuera capaz de unirnos, aunque fuera de la manera más absurda.

Fueron lindas ilusiones, las mejores y más prolíficas que he tenido en mis últimos cinco años; recuerdo tanto ese sueño en que yo descansaba sobre tus muslos y te miraba como un novio enamorado mientras me conversabas de quién sabe qué dentro de una discoteca. Fue uno de los amaneceres en que sostuve la palabra esperanza en mis manos hasta que la dureza de los días la fue gastando. Ahora debería hacer un punto aparte y saltarme al siguiente párrafo pero no lo haré, así como debimos haber tenido algo y no lo hicimos no sé por qué, violaré -en venganza a los astros- todo raciocionio lógico y voy a expresar en este mismo grupúsculo de caracteres que extraño ser visto desde lejos con celosía y psicopatía como bien lo hacías tú con tus ojos, ya nadie más pudo hacerme sentir la complicidad que tuvimos en determinados espacios y tiempos. Pero sólo eso, porque el resto de inmaterialidad entre nosotros fue un desastre, un ir y venir de incertidumbres y frustraciones, por cuanto pido a todo tipo de entidad mitológica y divina que en mi vida tenga que poner mis ganas y esfuerzos en un ser tan cobarde y sin tino como fuiste conmigo. Ahora, que te he visto feliz, no te deseo mal pero tampoco te tengo en mis oraciones. Sé que de alguna forma te atormenta la culpa, el recuerdo y que sea antes y después de todo, un hombre. 



miércoles, 2 de enero de 2013

Absurdo


Las luces del árbol de navidad danzan en un juego intermitente, son monocromáticas y aburridas. La vecina vino a nuestra casa para preguntarme por qué le salía un cuadro en su computador cada vez que lo prendía, debe ser un virus pero Bastián –mi hermano- sabe cómo descargarlos, comenté con el fin de no pararme e ir a su casa a solucionarle el problema. Como sabía que mi hermano tampoco iría, preferí decirle que en esos casos es preferible formatear y solicitar de inmediato la instalación de un antivirus. Pero la vecina, que es amiga de mi mamá no se fue y se sentó a conversar y hablar de los problemas de ella y toda su familia. No es que no me importe, porque sus familiares son de especial aprecio mío, pero siempre es lo mismo, iguales peleas, iguales lógicas entre iguales miembros; el peso de las historias familiares.

De pronto llega su hija menor, un ser particularmente insoportable y precoz a su edad, doce años que ya fuma, va a fiestas y quién sabe qué cosas más hará a su temprana edad. Dios la guarde. Su voz es gangosa y su estilo demasiado entrometido. La vecina la regaña porque no la deja conversar en paz y de paso, indirectamente, me sentí aludido… y como los gatos que deben irse de la cama cuando llega el amo a dormir, también preferí ponerme los audífonos, encender la radio y venir al living a escribir.

Las luces del árbol se prenden y se apagan, por mientras me dispongo a leer y escribir todo lo que pueda, el verano se prevé eterno y las vacaciones. La vecina decide ponerse de pie, dar unos pasos y con toda su clase gesticulada en las manos me dice: chao Diego.