Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

miércoles, 18 de febrero de 2015

Mi experiencia religiosa

Esta nueva historia tiene un sabor parecido a canciones ochenteras de Madonna... podrían ser La Isla Bonita, Like a Virgin o Like a Prayer. El factor de santidad está totalmente explícito en mi última pasión. 

Como buen copiapino y católico fui a la procesión y misa de Nuestra Señora de la Candelaria, festividad religiosa que en su versión de Fiesta Grande (todos los inicios de febrero) convoca a una importante cantidad de bailes religiosos que realizan el pago de sus mandas a través de danzas y alegorías a la Virgen María en las calles de Copiapó. Estas festividades religiosas se replican en diversas comunidades del país. Apurado y nervioso, fiel a mi estilo caminé a la procesión que comenzaba a las cinco de la tarde para ver el espectáculo de fe. Cerca de las cinco y veinte minutos aún no podía llegar al lugar, sin embargo, cuando llegué no me fijé en la hora, aún no llegaba el primero de los bailes.

El sol implacable siempre y con él, el calor que sin viento sería mortal. Vi los bailes de punta a cabo, no me perdí ninguno y en mi cabeza acostumbrada a algún cálculo o estrofa difícil de memorizar empecé a clasificar los bailes entre indios, diabladas, tinkus, chinos, etc. Fue una jornada larga porque al ser el primer día de procesión, se presentan ante Virgen Candelaria todos los grupos que vinieron a pagar mandas, de diversos lugares de Chile, además era domingo por cuanto los asistentes de los bailes aumentaron. Cerca de las nueve de la noche pasó el último baile chino, el más antiguo que es el que acompaña a la imagen grande de la Virgen, además tiene la función de trasladar a la imagen desde el templo a cada lugar así como la misión de despedirla y cerrar la fiesta.

Yo no me fijé bien en ese momento, caminé detrás de ella entre rezos, flautas y tambores pidiéndole que en su infinita bondad me diera las cosas que más deseo, aceptara mis gracias y perdonara mis errores. De esa forma llegamos al Santuario en cuyo patio se desarrolló la misa que escuché silencioso e inquieto. Equilibrando mi respeto a Dios con mi natural curiosidad mirona, no podía despegar mis ojos de un integrante del baile chino mientras repetía con obediencia los rezos y el amén. Era tan incómoda mi situación que sentía que mis subsistemas actitudinales peleaban entre sí porque estaba en una festividad religiosa en contacto pleno con la fe, pero mi instinto de cazador, mis fauces también hacían lo suyo. Dios todo lo sabe y sabrá comprenderme.

Aprendí tanto de la Fiesta, sus rituales, sus alegorías y muestras de fe a nuestra Madre. Al finalizar, el sacerdote solicitó que entraran a ambas vírgenes (la imagen histórica y la réplica de mayor tamaño) y allí comprendí que el baile chino más antiguo se arroga el derecho/deber de acompañar a las imágenes a cada lugar que sean trasladadas. Nunca pude conocer su nombre, ni mucho más por lo que no sé cómo llamarlo exactamente, "Chino" estaría bien para mí. En la misa, lo buscaba y de pronto ya no estaba, y aparecía a veces muy cerca de mí. Hasta entonces, era sólo algo efímero.

Segundo día de procesión y final de la Fiesta Grande, a las cinco de la tarde estuve con puntualidad y con la certeza de que al ser menos bailes sería menos el tiempo de procesión y por lo tanto, de volverlo a ver pasar bailando a la Virgen Grande. Me da una pena negra saber que me acerco al final de la historia. Cerca de las siete de la tarde ya estábamos en camino a la Iglesia junto a la Virgen Grande, mis ojos no querían perderlo de vista y lo buscaban. En la misa nos ubicamos un poco más alejados que el día anterior, memoricé con vano afán sus facciones y movimientos, en su dedo anular había un anillo, pero no vi a esposa ni a hijos, sólo a una madre y a una hermana a quienes una vez finalizadas la procesión se les acercó para darles un beso y abrazo. Mi corazón se estremeció y mis ojos se humedecieron... lo quiero para mí... era todo lo que podía articular en mis neuronas. Un hombre bueno, humilde y de fe, buen hermano y buen hijo que iba y venía pero yo no me daba cuenta, en cosa de pestañear aparecía y desaparecía. No era mi intención y ni es tampoco sacar provecho de la fe, no me iba a acercar para darle la paz ni nada por el estilo, yo iba allí por mi compromiso con la Virgen, si algo tuviera que pasar, que pase de la manera más natural. La estrategia es harina de otro costal.

Después de terminada la misa los bailes empezaron a despedirse y yo me quedé mirando eso en el patio y no vi a "Chino" en horas, pensé que se había ido... era lo más obvio porque quizás su baile se despediría dentro de la Iglesia, con la Virgen Grande. Se hizo de madrugada y el último baile en despedirse se retiró, se acabó -pensé- hasta que volví a verlo, agradecido profundamente de que esa breve historia no se hubiera acabado aún. Entraron a la imagen y yo los acompañé, tuvieron que esperar varios minutos para que el baile que se despedía saliera por completo de la Iglesia. Como eran las tres de la mañana y andaba con pantalón corto y polera preferí esperar adentro. Entraron, el sonido de la flauta y el tambor eran los más dulces en mis oídos, los movimientos de "Chino" eran una verdadera obra de devoción y fe. Mis papás comenzaron a llamarme por celular para que me devolviera a la casa porque andaba solo y sin plata para el colectivo, solicitud que me encolerizó... ¿hasta cuándo me cuidan tanto?, tengo veinticuatro años... yo tenía sueño y estaba cansado, con el llamado de mis papás realmente empecé a tener miedo porque imaginé una y mil cosas que pudieran pasarme a través del camino a casa. Debía irme porque además el canto de despedida y el ritual mismo comenzó a tornarse tan íntimo que preferí marcharme para no romper el clima que generaron entre cánticos, tambores y flautas.

Di tantas gracias a Dios de que aún pudiera sentir, hasta ese momento tenía el corazón hecho una roca, no me conmovía ni emocionaba con casi nada. Fueron horas de hermosa conexión con los latidos de mi corazón, aunque Chino nunca me dio mayor atención, me hacía feliz, yo divagaba en una historia de amor, de sueños como cuando tenía quince años. El futuro estaba en frente de mis ojos, aluciné porque sentía que sólamente yo había recibido esa bendición de estremecerme ante tamaña belleza y acto de devoción y fe.

No he vuelto a encontrar el par de ojos negros, cada vez que salgo a la calle miro atento para encontrarlo, para preguntarle si él es el "Chino" y hablar de Dios, de la Virgen y la fe... ¿cómo te llamas? ¿cuántos años tienes?, Dios proveerá conversación. Estoy todavía conmocionado y sorprendido de los milagros de la Virgen y su amor de madre. Esta fue mi experiencia religiosa.