En su tablet veo un capítulo
favorito de Dr. House mientras él junto a Matías, un amigo, arregla su maleta
para partir al sur a las once de la noche. Hace diez minutos me informó que
vendría su novia para acompañarlo al terminal. Se acercó al refrigerador, lo
abrió y me dijo que sacaría un pan pita de esos que como yo.
-
Te ofrecí comida- le comenté.
-
¿Cuándo?- me respondió.
No le contesté. Le ofrecí comida,
en un abrir y cerrar de ojos me quitó el tablet y se lo pasó a Matías desafiando
mi territorialidad y celosía.
Felipe, nuestro Sureño, se va a
Valdivia a pasar sus últimos días en Chile junto a sus verdaderos amigos, su
mamá y familia. Antes de que comience febrero estará en otro continente, creo
que Asia, pero terminará estudiando en Italia o haciendo ayudantías en alguna
universidad de ese país.
Durante el último mes vivimos
juntos, ambos amigos, distintos, opuestos, en un departamento de un ambiente,
apretados y soportándonos porque todo lo que a él le gusta a mí no, y al revés.
Le he solicitado expresamente,
delante de Matías, que por favor se apresure en guardar sus cosas porque no
quiero que deje el departamento desordenado igual que la última vez que viajó
en Navidad.
Lo he visto cabizbajo, triste y
sé que es porque no quiere irse, a todos nos pasa que cuando tenemos que irnos
a otro lugar es cuando más nos arraigamos en donde permanecemos. Él sólo dice
que está pensando, miente.
Llegó Amaia, y me pregunta si me
siento triste por su partida. Le respondo que sí, que me da mucha pena. Y a ti.
Sí a mí también me da mucha pena contesta y le abraza, lo besa en su cabeza.
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Cepilla sus dientes previo a la partida. Ella es Amaia. |
Ya son las diez de la noche, está
sentado en la cama haciendo cosas, conversando y dilatando el momento de
abandonar el departamento, el nido santiaguino. Hace como tres horas me dijo
que no había sido difícil convivir conmigo, que tenía peores pronósticos.
Cuando apela a mi emocionalidad yo prefiero evadirla, cambiar el tema porque
soy llorón, todo me emociona, pero no he de echar más lágrimas en este río del
adiós.
Le dedicaría una canción de Violeta
Parra que se llama Adiós que se va Segundo. Pero no le gusta Violeta Parra,
aunque esta canción fue hecha para este momento en que las luces del
departamento parecieran brillar menos que de costumbre.
Se ha quedado a solas junto a
Amaia en la pieza, se abrazan y murmuran. Sé que se enamoró y que por eso no
quiere irse del país.
¡Ay ay ay ay, la niña que lo
quería casi se ha muerto llorando!