Hoy es once de julio y comenzó
oficialmente mi vigésimo sexto infierno astral. Se siente como se siente al
frío, pesa más caminar y respirar. Han pasado meses transformadores de mi vida
y aún no creo haber digerido bien los cambios. En este día, por ejemplo, contemplo mi
soledad, mi ausencia en el resto del mundo y todo continúa como siempre. Mi
madre y padre siguen levantándose temprano a trabajar, mis plantas continúan
creciendo, mis amigos continúan felices en la exploración de nuevos caminos y
metas, Leandro ya ha dejado de quererme y eso me pesa como si tuviera encima de
mis hombros a la humanidad entera.
En mi nuevo trabajo nada ha sido
fácil, todo me cuesta y nunca me siento seguro de lo que hago y digo. A veces
cuestiono si corresponde que me siga exponiendo en un ambiente profesional que
no es el mío, pero la estabilidad que me entrega la institución no se encuentra
fácilmente en otros empleos. Espero que algún día pueda disfrutar de mi
trabajo, sentirme satisfecho y sentir que el esfuerzo y estrés de los primeros
meses no fueron en vano.
Vivo solo en una casa en
Vallenar, una casa que es amplia y bonita por un módico precio, en sus paredes
rebotan mis suspiros y hasta mis pensamientos puedo oír jugando en el patio
cuando no estoy escuchando música. El único amigo que tengo en Vallenar siempre
tienes mejores panoramas con los que reemplazarme, siempre puedo ser
postergado. Paso mucho tiempo en el trabajo para gastar mi tiempo en mi carrera
profesional, aprendiendo de impuestos y a la vez cuestionando mi propia
estrategia en cuanto a mi empleabilidad: ¿de qué sirve aprender tanto de algo
en específico si no lo podré aplicar en ningún otro lugar más?
Me vine a Vallenar con un gato
que se llama Chato, desde que aprendió a salir por la ventana que ya no llega a
casa más que cuando lo corren de sus hogares postizos. En fin, soledad de
soledades. Puede ser que yo espante a la compañía o que busque siempre aislarme
del mundo. Mis pares ya son padres, madres o tienen relaciones de parejas
prósperas o pasajeras pero las tienen y yo acá en mi soledad. Podría ser que mañana
despierte y ya sea un senil esperando el fin para evitar los cuestionamientos
del por qué nunca tuve hijos, por qué nunca me casé y siempre se me vio tan solo
junto a una taza de té, los audífonos puestos y la mirada triste.
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