Fue un viaje triste e incómodo. No tanto como otros que recuerdo cada vez que hago las maletas para volver a Santiago. Me subí al bus a las siete de la mañana con treinta y cinco minutos y a las veinte páginas de lectura me atacó un sueño impune. Lo interesante de viajar de día en bus a lo largo de la ruta 5 es mirar y admirar las bellezas que entrega la soledad del desierto, la humedad de la costa empezando el otoño, la inmensidad de las nubes revolcándose en las montañas, los ríos camino al mar y la vegetación propia de cada espacio. Tanto se nota el quiebre de climas y geografía que se puede ir durmiendo y despertar, mirar el paisaje y saber aproximadamente por cuáles lugares va el bus.
Al acercarme a las afueras norteñas de Santiago me invadió una inquietud, un enojo con todas y todos nosotros o al menos una mayoría significante de la raza humana. Creo que estamos demasiado alejados de la naturaleza, que no nos importa, que cobra más relevancia estar al día con la serie favorita, con obtener el último tipo de celular inteligente, las últimas aplicaciones, con si hay o no hay una señal de wifi libre o a qué hora llegará el bus. Me pregunto: ¿hace cuánto tiempo a las personas les dejó de doler botar la basura al piso? Incluso me sorprendí esperando que la señal satélite diera con la identidad de GPS para saber dónde estaba, si lejos o cerca de Santiago o de qué. Pero pronto miré afuera y aparecían los ríos, quebradas, caballos, cabras, vacas, parronales y la no modesta arquitectura de rocas inmensas en lo alto de cerros, al lado de la carretera y siempre amenazantes.
Creo que se ha olvidado y herido la buena costumbre de ir a ordeñar la vaca para tomar leche, de aprender a hacer queso de cabra, de saber qué nombre tiene la flor, la planta, el fruto, el animal, su cría o bien el pajarito. Ésos nombres tan perversamente genéricos se usan. ¿Cuándo los jóvenes correremos donde nuestros abuelos y abuelas para que nos digan los nombres de la lila, el alelí, la buganvilia, el aromo, el sauce llorón, la gramínea, el higo, el nogal, la granada, el novillo, la vaquilla, el potro, la yegua, la mula, el zorzal, la tenca, el picaflor y tantos otros? No sólo la maldad de nuestra raza en nombre del progreso económico está matando la naturaleza, la indolencia e interés de estar cada día más hipnotizados en Facebook o en la pantalla plana también contribuyen a alimentar esta ignorancia asesina. Mientras menos conozcamos la existencia de las especies y de los paisajes naturales, pues tanto menos nos dolerá perderlas si es que en algún momento nos enteramos de su paso y existencia por el planeta.
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