Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

viernes, 9 de marzo de 2012

Mi encuentro con Giselle: el almuerzo.


Almorzamos humitas junto a Kela, Diego y Nacho. Estuvo muy rica la comida en esa casa. Le comenté a Giselle que escribiría acerca de nuestra reunión de amigos y que le tomaría fotos de improvisto. La temperatura en ese día llegó a los 34 grados y todo indicaba que, literalmente, no sería una jornada productiva. Antes de comer y mientras se preparaba el almuerzo conversamos del verano en Copiapó, de los lugares a los que fuimos y de cómo estaba la familia. Ella decía que quería tirarse un piquero en la playa, en una piscina porque no había tenido la oportunidad de ir a algún balneario y con esa temperatura cualquiera quisiera lo mismo.

Luego de comer comentamos anécdotas y penaduras. Les dije que en este verano en la casa donde creció mi mamá se habían presentado sucesos sobrenaturales y conté cada una de las historias que no lograron atemorizar a nadie y cómo no recordar, querida Giselle, la vez que mientras transmitía la tele el rescate de los 33 Héroes de Atacama una mano invisible tomaba una polera blanca de una pila de ropa para arrugarla y dejarla caer. Yo lo vi, ella lo vio y es un hecho innegable. También recordamos a nuestra niña Dana que vio un hombre en el baño y tantos otros terrores de cuando como buenos amigos compartimos el hogar haciendo familia sin sangre.

Siempre vistiendo un vestido rosado se dirigió a la mesa y quién sabe de dónde sacó unos chocolates para derretirlos dentro del microondas. Así, me dijo, se derriten más rápido porque a Baño María se gasta mucho gas. Tomó unos moldes con los que hacía las figuras con chocolate fundido el cual se ponía al refrigerador. En invierno será éxito de ventas. Lo sé.

Creo que nos sentamos al sillón a ver las aplicaciones de nuestros smartphones y a enviarnos música por Bluetooth, conversamos de su familia, de los amigos en común, los sobrinos y en algunos años estaremos con menos tiempo pero con más ganas hablando de los hijos, de la vida y el trabajo, recordando momentos como el de ayer en que Kela nos repetía insistentemente pero con mucha razón: vayan a buscar el té y el azúcar. Y fue mi culpa porque en el almuerzo pedí azúcar para las humitas que algunas familias acostumbran a consumir saladas. Todo estaba donde su mamá, una mujer que a los setenta años conservaba intacto sus capacidades y sentido del humor, hasta el punto de que años atrás se dedicase a asustar a sus hijos cuando salían del baño esperándolos detrás de la puerta con tenebrosas morisquetas. Y contando esas anécdotas y el pasar de la tarde nos olvidamos de ir a buscar el azúcar y el té para la hora de onces. Tenía razón de mujer madura cuando decía: "van a dar las ocho y no vamos a tener con qué comer."
Sebastián o Nacho como lo llamamos sus amigos estaba concentrado en el diseño e implementación de su compostera y cometí el error de fingir una entrevista grabada cuando tenía la posibilidad de hacerlo. El hombre se siente cómodo frente a las cámaras a pesar de que lo niega. Explica y comunica estructuradamente lo que desea transmitir. Deseo que todo su esfuerzo naturista llegue a buen puerto y que disfrute como lo hago yo cuando consumo los frutos de mis plantas y árboles. Es un hombre de buenos sentimientos que tiene una gata Romina y varios perros cómicos entre los que destacan el Trasher y la Antonia (todos muy miedosos por lo demás).

Cuando llegamos a la hora de tomar el té ya había llegado Humberto, padre de Sebastián, con el pan que compraba a la pasada, en algún lugar que deba haber por la vuelta a casa desde el trabajo. Fue todo muy ameno: yo hice la palta, Kela preparó atún con cebolla y tomates. Alguien calentó el agua en el hervidor y se cumplió la profecía: no había azúcar ni té.

Cuando se solucionó el asunto del no té y de la no azúcar llegó un primo de Sebastián cuyo estado de ánimo fluía entre lo compungido y lo relajado diciendo que la abuela estaba enojada porque pensaba que él andaba en los pasos del mal. Puede ser o puede no ser y mientras yo pensaba en esa vaga dicotomía la gente se fue parando de la mesa, era de noche. Me paré muy agradecido y nos sentamos a leer el correo electrónico y las redes sociales cuando decidí que era hora de volver. Me acompañaron a tomar la micro y al subirme terminó una bella jornada junto a una de mis mejores amigas en que la risa y la actuación son el factor común.

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