El crimen
organizado no es algo nuevo, lleva mucho tiempo causando daño en distintas
sociedades del mundo. Así como en Centroamérica estaban las maras, el cartel de
la droga en México y el Tren de Aragua en Venezuela, en Japón sufrían por los
delitos de la yakuza. Las yakuzas son el genérico para las mafias japonesas que
giran principalmente en el comercio de la explotación sexual y la industria de
la usura financiera.
Jake
Adelstein[1], periodista y escritor
estadounidense relata en Tokyo Vice (2009)
su experiencia profesional como reportero del crimen japonés con bastante
éxito, llevando al lectorado occidental a conocer de la cultura nipona, sus
costumbres, jerarquías sociales, creencias y valores, así como los primeros
pasos que dio en el periodismo.
En la
primera parte de la historia narra su postulación e ingreso al diario más
importante de Japón, el Yomiuri Shimbun
y los ritos de iniciación para los novatos que él tuvo que vivir por partida
doble al ser extranjero. Punto notable de esta primera parte es la narración de
cómo un profesional de más experiencia le enseña a Jake Adelstein las normas
éticas, teóricas y prácticas del periodismo como la protección a todo evento de
las fuentes, la velocidad de la información, las primicias y la confirmación de
la información hasta con tres fuentes diferentes.
Luego, el
autor narrará las primeras coberturas que tuvo que hacer sin dejar, en momento
alguno, de comentar sus impresiones de la cultura japonesa, como la xenofobia,
el respeto a los mayores, el honor y la obsesión nacional con los manuales. No
obstante haber comenzado la obra con una escena que se supone es el desenlace
del relato, es fácil advertir que los casos que se van leyendo tienen poca
relación con esa apertura y cierre, sirviendo más bien de relleno que como elementos
claves del supuesto clímax, cual es la amenaza de muerte que le hace uno de los yakuzas
más poderosos de Tokio.
Pese a
eso, no deja de ser un relato periodístico intenso y se nota en la lectura la
calidad profesional de Jake Adelstein, porque maneja técnicas narrativas
propias de un periodista de sucesos, sabe contar la noticia y mantener al
lector interesado hasta el final.
Merece
particular mención el abordaje que hace Adelstein al mal desempeño del gobierno
japonés a la hora de abordar temas sensibles para las mujeres y extranjeras,
poniendo de manifiesto que no eran de relevancia para el poder institucional.
Para tal cometido, narra el caso de Lucie Blackman[2] o la costumbre de que en
los eventos sociales las mujeres deben servir la comida a los hombres.
Adelstein no tiene pelos en los dedos para escribir claramente que a Japón no
le importaban los crímenes en que las mujeres extranjeras eran víctimas, salvo
que tuvieran que vivir una vergüenza internacional, en donde su honra nacional
se viera altamente perjudicada.
“Nunca hay que subestimar el poder de la
humillación nacional para conseguir que el gobierno de Japón mueva el culo.”
“La policía no trata a las chicas de compañía
como víctimas sino como victimarias, como prostitutas codiciosas y
manipuladoras. Sobre todo a las que son extranjeras. No sé qué podría hacerse
para cambiar esa mentalidad. La víctima, por más que sea prostituta, sigue
siendo una víctima. Las prostitutas tienen derecho a decir que no.”
Mención honrosa al capítulo “Flores de tarde” y a cómo el autor explica con su propia experiencia el concepto “yarusenai”, un estado de desesperanza y dolor. También es importante relevar que este libro aborda temas muy delicados como el suicidio, por cuanto es necesario advertir discreción previamente al lectorado. No es en lo absoluto un texto para niñas, niños ni adolescentes. Se agradece la traducción al castellano de Ana Camallonga Claveria en 2021. Este libro está disponible en formato e-book.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario