Querido, no; “querido” no porque
yo te amo como se ama al amor platónico que en realidad no es amor platónico
sino aquel amor imposible que eres tú y que sólo para adueñarme de un discurso menos
perdedor denomino platónico. Da lo mismo, yo te amo porfiadamente y eso es lo
que importa. Necesito comentarte que yo siento que el estómago y cada
tripa se me retuercen como ostiones al
tacto cruel del limón cuando escribo tu nombre en mi buscador de Facebook
porque temo que al ver tu foto de perfil estés como esos hombres a los que su
novia obliga a colocar una imagen con ella y agradezco tanto que ese momento
aún no llegue porque me quedaría como sin corazón.
Hace meses –y no exagero– que no
he entrado a visitar tu muro, pues bien temo enamorarme más. Tu nombre está en
la lista de “ocultar publicaciones” y así he sobrevivido a la imposibilidad.
Recuerda que antes a eso cerré mi cuenta, pero apenas volví me enrrostraron tus
paseos por el mundo, tus fiestas en discotecas exclusivas, tus partidos de
fútbol. En los minutos que de pronto tengo libres comienzo a elucubrar qué será
de ti, tu familia, tendrás sobrinos, cuántos campeonatos ganaste o perdiste en
la última liga o bien, escudriño en mi memoria respecto de la última vez que
soñé contigo. Me parece que de un día a otro comencé a extrañarte, cuando la
posibilidad de conquistar a otro se me cayó por completo recordé tu imagen, esa
imagen burlona que se parece a La media
vuelta que tan bien canta Luis Miguel.
En las veces que voy en las
calles y escuchando radio con mis audífonos siento que alguien grita, mi fuero
interno se remece y solicita que seas tú quien me encuentra en la calle para
correr a darte la mano, a abrazarte para preguntarte cómo estás y que tanto
tiempo huevón y de a poco recriminarte este silencio bruto e impío, cómo se te
ocurre no contestar mis correos, qué te he hecho o crees que soy de fierro para
no saber de ti en meses y sobrevivirlos. No nací mujer, nací hombre y en eso no
hay culpa, mucho menos la hay en quererte y sé que no debo ser el único, pero
seguramente soy el que tiene más valentía, menos dignidad. Te vas porque yo quiero que te vayas, a la hora que yo quiera te
detengo… Quererte es un apostolado, un medio y fin en sí mismo.
En las veces que voy en las
calles mirando el suelo guardo la esperanza de que a mi espalda la sorprenda tu
dedo índice reclamando mi atención, hola Diego, cómo estás, qué estás haciendo,
dónde estás haciendo tu práctica; pero en las veces que voy en la calle cabizbajo
mirando el suelo para que nadie descubra en mis ojos el amor que yo guardo, te
recuerdo igual, cuando descubro en cada pedazo de vereda los envoltorios de
Bigtime regados por la capital y evoco la jornada en que te pedí por favor que me
regalaras un chicle porque había olvidado el cepillo de dientes en casa, sí
dijiste, toma y me lo diste como un acto olvidable, sin gracia ni sentido, como
darle cualquier huevada a cualquier huevón, pero uno de mis sentidos se
anticipó a esta ausencia de ti y me hizo conservar en mi estuche el envoltorio
de aquel masticable como recuerdo de aquel momento generoso. Aún no llega la
hora en que bote a la basura ese papel lleno de ti. No tengo cómo escapar.