Nos encontramos en el Terminal de
Buses San Borja y estaba lloviendo tal como cuando volvimos a Santiago. Trajiste
pocas cosas para todo el tiempo que íbamos a estar allá y viste cómo tengo
razón: casi dos semanas usando un número reducido de prendas; muy norte será,
pero en estas fechas de frío el sol no acompaña mucho. El bus partió casi
puntual, diez minutos más tarde de lo que correspondía y ya sabrás que llevo
años viajando desde mi casa a Santiago, antes lo hacía con holgura y ahora
termino fácilmente con un dolor de espalda y sueño que no puedo salir a visitar
a nadie en el día mismo: doce horas de viaje continuo hacen daño, pero me
imagino que a ti no te hará mucho… si vienes cansado es probable que te duermas
apenas arranque el motor.
Pensé que iba a ser un viaje
típico, agotador con una exageración del aire acondicionado y condenado como
siempre a las películas fomes, con niños llorando a medianoche y sólo una almohada
para intentar dormir, si teníamos suerte nos daban una frazada de polar (declaro
mi odio a esa estafa de tela que apenas entrega un mísero grado de calor). Pero
estaba cansado del ajetreo típico de mis sábados, dormí hasta despertar frente
al mar cerca de la una de la madrugada contigo al lado como en el mejor de mis
sueños y yo te desperté mientras abría la cortina del bus para que viéramos
la belleza de la luna sobre el mar. Nuestras manos se buscaron solas y se
encontraron, los dedos de entrelazaron otra vez sin importar si el resto
dormía, se hacían los que dormían o si llamaban a los asistentes para que intervinieran
nuestra conducta. ¡Qué importaba todo eso si la luna parece que me hubiera
avisado que se estaba reflejando en las aguas! Y así, a la altura del Norte
Chico volvimos a dormirnos. Todavía quedaba un nuevo desafío: llegar a
mi casa, sorprender a la gente con tu visita.
Al despertar comenzaba a aparecer
el Desierto de Atacama y la neblina a obstruir la visiblidad como todas las
mañanas, decías que cómo me podía gustar semejante nada y yo te decía que era
algo más, que costaba irse de la casa a otro lugar para comenzar a valorar y
extrañar, para crear identidad… no sirvió mucho que te dijera que no era una
belleza fácil sino compleja, que la soledad de un cerro también esconde un
atractivo. Te pusiste a revisar el celular y a chatear con quién sabe quién. Se
sabe que se está llegando a Copiapó cuando comienzas a ver algunos árboles y
algunas empresas de vehículos y neumáticos (algo que nunca he entendido muy
bien). Si te fijas, puedes ver desde lejos la ciudad como sumergida en un
agujero y cuando ya estás en ella, te das cuenta por la aparición de un puente
que no tiene río, un supermercado, un terminal, una tienda de construcción y el
Monumento de la Paz Mundial.
No sé qué pasa que ahora cuesta
tanto tomar un colectivo para llegar a mi casa, algunos pasaban vacíos y no nos
paraban. ¿Tanta cara de santiaguinos tendremos? Esta calle se llama Atacama y
sí, los cables por aire son lo más feo, pero ya te irás encantando con la vida
copiapina, con el sol y la magia de nuestros cerros. Yo sí estoy cansado, pero
feliz. Se ve bien ese contraste entre tu cuerpo y mi ciudad, el sol te hace
juego. El colectivo se demora como diez minutos de acá a la casa, sí, noto tus
ansias, pero yo tampoco estoy muy tranquilo. Se paga los dos… Los Volcanes por
favor, Villarrica con Parinacota. Por acá hacen la Fiesta de la Candelaria en
Febrero y en esa escuela que se ve allá estudié en la básica. Mira, ahí va la
Coni… ¡hola!
Están bien que despierte a todos
pues, es mi estilo y el precio por no ir a buscarnos, sentémonos un momento
antes de subir a la pieza. Hola mamá, papá, bien ¿y ustedes? Les presento a un
amigo de Santiago que invité… venimos cansados porque el bus se demoró las doce
horas y nos despertamos a mitad de camino, ¿tomemos desayuno? Se me olvidó
traer mi taza de Leo. Voy a saludar a mis hermanos. Al menos se llevaron bien, hablaron
de fútbol y son Libras los dos, a mi mamá le encantan los jóvenes respetuosos y
caballeros y bueno… más rato me echaron al agua, te dijeron de mis mañas, de
cómo aprendí inglés, de mi escuela Sol de Atacama y de los gatos, pero bueno…
así son los padres y qué decir de mis hermanos… terminaron viendo la U versus
la UC. Me senté a tu lado a ver el partido abrazo mediante y sentía tu olor tan
bien como si estuvieras ahí de verdad, tu pelo castaño era como oro reflejando sol y de la nada comenzó a temblar el suelo. Te aterrorizaste. La
vecina hizo su escándalo correspondiente ( están como para ir a terapia juntos). Cuando abrí los ojos el temblor había terminado y el motor del bus se apagó. “Bajada
en Copiapó, rápido que debemos seguir avanzando hacia Caldera señores pasajeros”
señalaba el asistente del bus que me instaba a bajar. Cuando me puse la mochila
en la espalda me hallé sin sueño. Caminé procurando no hablar solo como
enseñándote la ciudad.
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