Teñida por el sol del centro chileno,
su piel va volando por el aire marino.
Y al sol alcanzando van sus manos siguiendo.
Suaves olas del mar son mi testigo.
Como los delfines, se va doblando su cuerpo,
conjunto de fibras y pasión que no gravita.
No necesita alas para enamorarme con su vuelo,
sólo mostrar el juego por el que entrega la vida.
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