Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

domingo, 28 de enero de 2024

Opinión: La Reina Isabel cantaba rancheras (1994) por Hernán Rivera Letelier



Se dice que en los velorios se reúnen familiares y amigos que el tiempo ha desterrado, que no hay muertos malos y entorno a ellos, se reviven anécdotas y se reversionan las historias que dieron origen a un amor, una pasión o un apodo. “Murió la Reina Isabel” es la oración con que cierra el primer capítulo de esta novela y se abre un hilo de historias escritas más que en páginas, en el polvo del Desierto de Atacama, en la pampa chilena.

A partir de su muerte, el autor recorre la vida y virtudes de la protagonista, por una parte. Por otro lado, realiza un paralelo con la vida diaria en las oficinas salitreras y en cada capítulo relata la historia de los apodos de los personajes como la Dos Punto Cuantro, el Poeta Mesana, el Astronauta, la Ambulancia, la Malanoche y más. Es que en su primera entrega, ningún personaje se conoce por su nombre real, sin por su sobrenombre forjado bajo la luna y el sol del desierto o en los camarotes de las prostitutas más variopintas de la literatura chilena.

Cae en gracia, más para quienes provienen del desierto, advertir la especie de oxímoron que  crea Rivera Letelier[1] con el desierto. Es que en un lugar donde no se supone exista vida ni otro elemento que la tierra, el sol y las estrellas, se aplica un talento que crea historias, más allá del color sepia que la pampa suele evocar; que alimenta un caldo de cultivos con palabras escondidas en el diccionario que no redundan ni se rebuscan, un campo nutrido, un desierto florido de castellano. Gárrula, verba, malquisto, garumaje, atiplada, avieso, célicas, birlar, mayestática, ablución, hetaira, ringorrangos, salaz, íngrima; ¿quién diría que todas esas voces podrían vivir en una historia del desierto?

En veinte capítulos de regular y semejante extensión, Rivera Letelier puso a disposición de su incipiente lectorado la vida pampina, las supersticiones de la vida minera y la mirada masculina sobre el oficio más antiguo del mundo, con capítulos notables como el número 12, 16 y 17 donde se narran con pasión y buena pluma el temple de los mineros pampinos, su pasión por el fútbol, las desalmadas desvinculaciones con “palomas de oficio” y la gloriosa mesa de las oficinas salitreras en sus tiempos dorados.

Salvo que se trate de una persona ducha en la lectura en castellano, que maneje con facilidad su vocabulario, es complejo avanzar con normalidad cuando hay que detenerse casa tres líneas a revisar el significado de un adjetivo. Y es que tanto ama el relator a la Reina Isabel que no escatima en los más impensados adjetivos para crear en el lector no una imagen, sino un verdadero concepto.

P.D.: hay una coincidencia histórica alrededor de esta novela ya que el mismo día en que murió la reina Isabel II de Inglaterra, Hernán Rivera Letelier ganó el Premio Nacional de Literatura de Chile.


[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Hern%C3%A1n_Rivera_Letelier


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