Adú es una película estrenada el año 2020, producida por Mediaset España, dirigida por Salvador Calvo y protagonizada por las actuaciones de Luis Tosar, Álvaro Cervantes, Anna Castillo y Moustapha Oumarou. Se trata de tres historias desarrolladas entre el sur de España y el norte de África, que se tocan tangencialmente y se encuentran unidas por lugares comunes como la inmigración, la corrupción, los nacionalismos y el fracaso de las políticas públicas de protección a la infancia en países subdesarrollados. En otras palabras, las vidas de estos tres personajes se cruzan sin que sus protagonistas logren dar cuenta de ello, lo que es una genialidad desde el punto de vista del guion.
Adú es un niño de seis años que
junto a su hermana mayor (también una niña) deben abandonar su hogar en Camerún
perseguidos por una banda criminal, ya que sin quererlo, fueron testigos del
asesinato de un elefante y la mutilación ilegal de sus piezas de marfil. Debido
a las vicisitudes que él vive en su exilio, se transforma en un mena,
calificación que se le da a niños y niñas que arriban a fronteras extranjeras
sin la compañía de sus padres u otros parientes. En el total abandono, conoce a
Massar, un joven somalí con quien sobrevive a punta de delincuencia, amistad y
complicidad.
También, se muestra la historia
de un grupo de policías fronterizos que en una protesta protagonizada por
inmigrantes (saltos de baya) matan al manifestante que logra saltar a suelo
español. La Guardia Civil disfraza el acto como un accidente, lo que genera culpa
y angustia en un de ellos, Mateo, quien producto del arrepentimiento y
consciente de la injusticia cometida, tratará de reparar su actuar en un
momento vital de Adú.
Por último, se exhibe la historia
de Gonzalo, un activista que lucha contra el tráfico de marfil y caza ilegal de
elefantes cuya intensidad deberá atenuar para atender las necesidades de ayuda
que demanda su hija adolescente, adicta a las drogas, y debido a las presiones
que redes de tráfico ilegal ejercen sobre él a través de amenazas y sobornos a
los funcionarios encargados de custodiar el bienestar de los elefantes.
Esta cinta no tiene pretensiones alegres,
al contrario, es cruda, violenta y triste porque su fin no es contar un final
feliz, sino enrostrar al público el fracaso de todos los sistemas, políticas
públicas, gobiernos y de la humanidad completa; las víctimas: niños y niñas,
animales, inmigrantes de raza negra. Nos enfrentamos a una producción
cinematográfica imprescindible en tiempos donde el derecho a la inmigración es
juzgado desde la comodidad, del desconocimiento y de la frivolidad, dependiendo
del origen del migrante: amarillos, rojos, caucásicos, pardos o etiópicos. Hace
algunos años, a través de las redes sociales, circuló viralmente la imagen de
un niño sirio fallecido por ahogo en la orilla de una playa turca; también en
Chile nos enteramos de la triste muerte de la ciudadana haitiana Joane Florvil
y recientemente tomamos conocimiento de la crisis humanitaria que viven
familias inmigrantes en los pasos fronterizos. Esas imágenes, sin duda, se
harán presentes en el público mientras ve este filme cuyo final es amargamente
movilizador, abre las mentes, ayuda a comprender los horrores que viven los
inmigrantes más marginados y a empatizar con ellos a raíz del dolor de un niño inocente.