En la pronunciación de tu
nombre se deja oír la quebraja que cabe a aquellos amores platónicos, aquellas ilusiones que no tienen otro sentido
que llenar bien un momento de soledad. En la pronunciación de tu nombre puedo
concretar en mi imaginación el dibujo de lo que es perfecto, de lo que es una
primavera sin flores pero colorida y con aroma a pasión. En el dibujo de tu
imagen vuelan como mariposas las palabras que te caracterizan alrededor de la
ropa que usaste la última vez que te vi. Te veo con los ojos abiertos, sin
sonrisa y la boca cerrada observando y analizando lo que escribo en mi
computador mientras miro al vacío pensando que estás ahí según he descrito.
Sigues con la boca cerrada, con
la postura incómoda que tienes cuando conversamos, desequilibrado por el peso
de la moral y las buenas costumbres. Es esa la imagen que conservo de ti, la de
quien conversa desde la reactividad, la de quien no ve en el otro interés. La
camisa cuadrillé y los pantalones cortos azules. Eso es lo que interpreto, el
discurso armado del que responde lo que corresponde, del que no quiere en
realidad hablar. Y yo lo acepto, entiendo que no tienes por qué querer
conversar conmigo, si quieres y te agrada vivir así, sigue así como un mudo
incómodo, yo te voy a querer de todas maneras en las ocasiones escasas en que
pueda abrazarte, desearte un buen día, darte la mano o responder alguna
pregunta que quieras hacerme. En esas veces voy dejar todo mi cariño para
involucrarme por segundos con esas mariposas que vuelan sobre tu camisa
cuadrillé. Haré lo que esté a mi alcance para que me recuerdes por lo menos
hasta antes de que llegue la noche.
Te quiero así, parco, con el
sentido de la obligación y el trabajo viajando por tus venas, con tu egoísmo y
carencia de habilidades sociales asertivas. Te quiero así como un hombre sin
voz que me mira y pareciera que quiere marcharse y no vivir más la incomodidad
de este momento en que estamos solos, uno frente al otro, yo real y tú virtual.
Los ojos negros me miran y me observan pero no me quieren y sólo dicen algo que
no puedo comprender.
Te liberaré, por favor abre la
puerta del departamento y siente mi abrazo antes de irte porque de eso no
tienes redención. Lleva hasta el ascensor mi olor, la voz mía que reza en ti
los mejores deseos. Vuelve a vivir en la comodidad de tu soledad y silencio, en
las canciones que cantas mejor con otros y otras. Miro como te alejas, veo tu
espalda cubierta por la camisa cuadrillé y en mi mente cuento la cadencia de
tus pasos porque sé en qué momento y de qué manera dejarás caer el derecho para
levantar el izquierdo, veo tu espalda otra vez y sé que se ha vuelto a dibujar
la sonrisa en tu cara y puedes mostrar al mundo tu blanca sonrisa, la alegría
de ser tú y no admitir en tu mundo a nadie más que no sea tu mundo. Pero yo no
la veo, sólo la recuerdo o supongo.
Cuando bajes por el ascensor
tendré el alivio de que al menos yo también me iré pronto a olvidar más
temprano que tarde la intensidad de este sentimiento que se arraiga cada vez
que te veo. Cuando me suba al bus de vuelta y me pregunte al dejar la ciudad
por qué te quiero así y me responda solo: porque yo te quiero así.