Retrato en Sepia (2000) de Isabel Allende es una novela histórica que narra la vida de Aurora del Valle, quien vive
confundida respecto de sus orígenes y que ayudada de su cámara fotográfica
intentará descifrar las claves de sus pesadillas y miedos. Esta historia forma
parte de la trilogía de la familia del Valle (La Casa de los Espíritus, Retrato
en Sepia e Hija de La Fortuna).
La primera parte de la novela narra la vida de
la expansiva Paulina del Valle, una empresaria que gracias a su inteligencia y
olfato comercial se hace de una fortuna dentro de la Fiebre del Oro
californiano en Estados Unidos y conforma la rama paterna en los genes de Aurora. En paralelo,
se conoce la loable vida de la familia chilena-británica-china Chi’en, rama
materna de la protagonista. De esta suerte, en el primer tercio de la historia conoceremos
abbastanza a los personajes más
longevos de Retrato en Sepia y cómo
se fraguan las circunstancias que permiten a los padres de Aurora encontrarse y
concebirla. En el segundo tercio, la narración se torna hacia los primeros años
de Aurora y su aproximación al mundo de la fotografía, asimismo, se desarrolla
el vínculo que ella sostiene con su abuela Paulina del Valle y el surgimiento
de los deseos de Aurora por conocer su origen, bañado de silencios e intrigas.
Por último, en la tercera parte de la entrega, se puede encontrar a la Aurora
adulta, más imbuida con la magia de los lentes de su máquina fotográfica y
empujada a la vez a cumplir con roles sociales claramente fijados y delimitados
por décadas de tradición como el matrimonio y la maternidad.
Como es costumbre en la literatura de Isabel
Allende, el derrotero de sus personajes está altamente influido por el contexto
político y social, ahí circunscribe los hechos para facilitar la comprensión
del relato en la medida que al leer lugares o tiempos conocidos, se hace más
fácil imaginar el desarrollo de los hechos y darles sentido de la realidad. A
lo largo, se puede leer sobre la Fiebre del Oro, la Guerra del Pacífico entre
la Confederación Peruanoboliviana y Chile, así como la crisis y el desenlace
del Gobierno de Balmaceda.
Es destacable leer el progreso intelectual y
ontológico de la protagonista con el objeto casi totémico de la historia: la
fotografía. A medida que entra en la adultez, Aurora sin querer va dibujando su vocación y su
talento de captar en el papel la emoción de un instante o el sentimiento de
toda una vida. Esta pasión fue inspirada y luego alentada por su maestro Juan
Ribero, un fotógrafo cuyo taller de revelado se alojaba en el centro de
Santiago de Chile. Me he decidido a hacer énfasis en este tema que puede
resultar espurio, pero que a su vez guarda y recobra un tremendo valor para el
arte fotográfico, pues en una época donde abundan los registros visuales en
Internet y redes sociales hasta el punto del abuso de la imagen y el filtro,
hubo alguien que reparó en la relación de los fotógrafos con sus cámaras, con
los objetos y sujetos de retrato, con los ángulos, con la mirada, las luces y
sombras. Tanto me ha sorprendido la profundidad y riqueza de este aspecto en la
novela que cito algunos extractos:
“Al hacer
un retrato se establece una relación con el modelo que si bien es muy breve,
siempre es una conexión. La placa revela no sólo la imagen, también los
sentimientos que fluyen entre ambos. A don Juan Ribero le gustaban mis
retratos, muy diferentes a los suyos. <<Usted siente empatía por sus
modelos, Aurora, no trata de dominarlos sino de comprenderlos, por eso logra
exponer su alma>>, decía.”… “La
luz es el lenguaje de la fotografía, el alma del mundo. No existe luz sin
sombra, tal como no existe dicha sin dolor”… “Como mi maestro Juan Ribero, ella consideraba que la fotografía no
compite con la pintura, son fundamentalmente diferentes; el pintor interpreta
la realidad y la cámara la plasma. Todo en la primera es ficción, mientras que
la segunda es la suma de lo real más la sensibilidad del fotógrafo.”
Esta novela es conservadora dentro del estilo
narrativo de Isabel Allende, no encontraremos estructuras ni personajes muy distintos
a aquellos que podrían habitar en La Casa
de los Espíritus o El Amante Japonés, lo que no es un defecto para quien
lee afanosa y voluntariamente a una autora tan fiel a sí misma y a su criollo y
mestizo imaginario. Nota: la historia es autosuficiente, se basta a sí para
darse a entender y si bien se habla de que es parte de una trilogía, no es
necesario leer Hija de La Fortuna ni La Casa de los Espíritus para disfrutarla,
pero ya que estamos, ¿por qué no?