Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

lunes, 31 de diciembre de 2012

Palomo, quiero contarte

Quiero ser categórico en decir que este no es un balance de fin de año como hacen muchos en estas fechas en todas las esferas, pirámides y círculos del mundo. Lo bueno, lo malo, los perdones y las gracias ya están en los oídos de sus respectivos receptores. Palomar, quiero contarte que ayer me vine a Copiapó y antes de poder hacer maleta alguna me paseé por casi la mitad de todo Santiago.

Cuando me subí al bus realzado por la felicidad máxima de emprender el regreso, recordé una de mis entradas anteriores en donde describía el viaje perfecto. Pero algo no funcionó porque apenas identifiqué el asiento que me correspondía, el niño que sería mi acompañante me saludó y me trató de usted, de caballero, cómo está, para dónde va, yo soy de Lebu y hace cinco años que no voy al norte a ver a mi familia. Pobre hombre, me dije por dentro. Sin embargo, el resto del relato fue peor ya que sus padres estuvieron ausentes durante los mismos cinco años y en vez de tratar a sus hermanos como tales, decía: los hijos de mi mamá y los hijos de mi papá… pero cuando llamaba repetidamente a sus amigos no escatimaba en llamarlos hermanos. Se iba al norte porque quería terminar sus estudios dado que a los 17 años aún estaba en primero medio, voy a hacer el servicio para poder estudiar, ves que allá te dan esos beneficios, me comentó. Es de Tierra Amarilla y no tenía idea de cuánto había cambiado la ciudad, me habló de que no podía ir a clases muy seguido porque su padre y madre no le enviaban el dinero suficiente para sustentarse en casa de su abuelo por lo que debía salir a pescar… sale mucha albacora y sierra. Al tipo le gustaba conversar, no podía quedarse en silencio y sólo se detuvo cuando iban a transmitir la película, evento al que me había comprometido asistir con todas mis ganas, incluso me ofreció unos audífonos. Yo ya había visto Operación Walkiria y me resté a repetirme el plato, preferí buscar en mi mochila El Cuaderno de Maya y avanzar en esa historia, regalo de cumpleaños. Sebastián no volvió a hablarme sino para pedir permiso e ir al baño. Llegando al terminal nos despedimos con un apretón de manos y sin duda que le deseé lo mejor y quise que un golpe de fortuna llegara a su vida.

Cuando llegó la madrugada y el bus se trasladaba por la soledad de desierto recordé el hábito que caracteriza todos mis viajes: abrir la cortina y mirar la Vía Láctea en su mayor muestra, en pleno espectáculo para deliberadamente no conciliar el sueño y paradójicamente soñar y soñar. Recordé, además, una de mis recientes conversaciones con un muchacho santiaguino que me recomendó ver las estrellas y tratar de tocarlas. No te quepa duda que lo intenté y tal vez lo hice, pero tenías razón: con luna, si bien no deja de estremecerme, no es lo mismo y menos si está llena. Pero ella iluminó el camino de vuelta a casa e hizo sentir la nada de una máquina motorizada en medio del Desierto de Atacama. Palomo, no tengo más que contarte: soy libre al fin.

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