Como las arenas más secas de un desierto, se deshidratan mis neuronas cuando yo pienso en los minutos en que tus dedos con los míos bailaron con deseo de mil años contenidos. Mis días eran una leve sospecha de volver a retozar al lado tuyo, mis noches una pregunta de recompensa o de sacrificio. Nos miramos tantas veces, ocho días, nueve horas, un millón de siglos con mis ojos desmotivados y tus aceitunas negras, nos vimos un siglo de veces, nueve décadas, tres kilómetros.
Pero yo no estoy contento, feliz ni siquiera triste. Parezco una noche que no tiene lunas ni estrellas fugaces, un día con nubosidad parcial, predecible en que nadie comenta si ha hecho calor o frío, soy de esos días en que no tiembla, nadie nace ni muere, mis emociones caminan en línea recta. Me ha vuelto a parecer tan lejana tu alma, tu risa, tus temores y ganas de no herir. Pero sé y me alivia saber, confiar, aseverar que mañana o en un millón seiscientos ochenta y un mil novecientos noventa mañanas nos volveremos a mirar para atraernos y repensar nuestros caminos, para dar un paso más o un paso menos... pero mis sentimientos volverán a respirar. Porque pese a mi aparente hostilidad, indiferencia y perversión cuando acercas tu olor a mis fauces, siento que fuera como un lobo frente a su presa con un bozal invencible parcelando mis ganas.
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