Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

viernes, 20 de junio de 2025

Opinión: Dorayaki por Durian Sukegawa

 



La literatura japonesa vive un auténtico boom en los países de habla castellana, o en Occidente si se quiere, y no me ha sido indiferente. Detrás de su portada rosada y el retrato de un cerezo en flor o sakura habita una lacónica pero profunda historia sobre relaciones humanas entre personas que probablemente no estaban destinadas a encontrarse jamás, salvo por la creatividad de Durian Sukegawa, autor nipón que poco a poco sumerge al autor en la calma de la lectura cual piano percutiendo notas de música clásica. 

De pocos personajes y mucho diálogo, Dorayaki relata la historia de Sentaro,  un joven que pasa sus días trabajando en una pastelería de Tokio, con resultados mediocres de venta y calidad, con el fin de cumplir con el pago de una antigua y larga deuda. En uno de los tantos días que no pareciesen distinguirse cual de tal, una vetusta Tokue aparece en la pastelería con una fuente de an la pasta de porotos con la que se preparan los dorayakis, cuales a su vez, son una suerte de alfajor o pieza de la pastelería masiva nipona. Sorprendido de su degustación y curioso de la receta, Sentaro inicia con Tokue una conversación cuyos parlamentos van en crescendo a lo largo de los días, compartiendo en ellos sus perspectivas de un Japón vivido por dos generaciones diferentes, enfrentando diferencias culturales, históricas y psicosociales.

Dorayaki se me hace una apología al arte de conversar, una descripción eficiente de los tormentos del espíritu joven dentro de una sociedad industrial, que entra en armonía al conectar con la paz y sabiduría que sólo entregan los años, la senectud. Aborda especialmente la discriminación, el edadismo, la banalización y desustanciación de una juventud ansiosa de lo superficial, la desinformación y el prejuicio social contra determinados grupos.

Es muy difícil que alguien termine de leer sus breves páginas sin la sensación descansada tras un entretenido e intenso baile. Así me sentí al cerrarlo, casi despidiéndome de toda una experiencia literario-quinésica; creí haber estado danzando con las palabras porque Dorayaki tiene el ritmo propio de una prosa poética y filosófica. Mi exhorto es darle una oportunidad a ese libro de tapa rosada alrededor de un cerezo en flor contrastando con el fondo azuloso del cielo, y más si es tu intuición la que te persuade, ese toquecito distinto del corazón frente a un nuevo libro simple y complejo que tiene una lección, pero sobre todo, una noble intención. 

P.D.: hay una adaptación al cine de Dorayaki que se llama Una pastelería en Tokio, ¿la recomiendan?



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