El Santiago de Chile de fines de los 90 no era
el mejor escenario para que una historia homosexual tuviera un final feliz,
pero sí para hacer del intertanto, de su viaje y desarrollo una apuesta literaria. Con pleno realismo, los eventos de esta trama se desenvuelven en
pleno pánico colectivo del apagón informático, las elecciones presidenciales
que enfrentaron al expresidente Ricardo Lagos y a Joaquín Lavín, y el retorno a
Chile del dictador Augusto Pinochet desde Londres.
Manuel y Laura forman un matrimonio adulto de
clase media alta, su círculo social son los gerentes y directivos de
importantes empresas. Él proviene de una familia de centro izquierda, aunque no
es fanático y ella de una de derecha pinochetista desde la que aprendió todos los
valores del ideario de la dictadura. Se bosquejan, entonces la característica
de esta relación, donde ella pone el carácter, las normas y asegura de que
sus instrucciones se obedezcan; mientras
Manuel es más bien pusilánime y reactivo. Él trabaja en un banco como ejecutivo
de área de créditos para importantes cuentas y Laura trabaja como editora y desarrolla
una vida más bien frívola, solitaria, interesada en fisgar junto a su hermana,
los pormenores de gente acomodada que no es de su círculo cercano, sentándose
cerca de ellos en los restaurantes. De no creerlo.
El cómodo desequilibrio en que se añeja este
matrimonio sufre una inflexión con la llegada de Diego Lira, un abogado que
dejó los tribunales para dedicarse a la explotación de un diario electrónico y
que buscará en Manuel un aliado para conseguir capital fresco del banco hacia
su empresa. Diego, de la generación de ambos es caracterizado principalmente por
la seducción que ejerce y de la que ni Laura ni Manuel logran escapar.
Paulatinamente, Manuel se verá atraído por Diego Lira y comenzará con él una
difusa amistad, confundido por los límites de ésta, las apariencias que
busca guardar, las dudas de su esposa y por el deseo desconocido que siente de ceder a una historia de amor y pasión única en su vida.
Esta obra de Pablo Simonetti se narra en
presente y tercera persona, y si bien puede parecer un desafío asirse a los dos
primeros capítulos, el cerebro finalmente se adapta a la idea que de las cosas
están pasando al lado de uno, generando un ambiente más íntimo con los
lectores. La razón de los amantes
conjuga varias temáticas como el tenso contexto político chileno, la crisis del
mercado financiero, la resistida irrupción de los medios digitales, la
homofobia y el ansioso clima colectivo previo al término del primer milenio.
Hasta allí queda este fuerte pero incompleto toque histórico, donde nuevamente es
casi un afán esconder el esfuerzo, la pobreza, la marginalidad y la vulgaridad tan
irrefutables en la cultura e identidad chilena. De tal forma, cabe preguntarse
si para Pablo Simonetti narrar la periferia y clase media no representa un desafío
creativo a la altura de su talento, ¿para quién escribe finalmente?, ¿para un
público que le asegure un éxito comercial?, ¿para el gusto de una editorial?, ¿por
qué nos hace creer que las emociones y pensamientos sublimes son contenido
exclusivo de clase?
De todas maneras, existe un buen balance entre
la historia y el desarrollo psicológico de los personajes, buen uso del
vocabulario, los silencios, las pausas y los diálogos. En cuanto a impacto, la
calidad técnica del autor, contribuyó a que las editoriales dieran más oxígeno
a la literatura LGBT+, pues en ella y de ella hay muchísimo más que contar,
ganando hasta hoy un sitial propio en los estantes de las librerías chilenas.