Antes de olvidarlo, dejaré un
registro del último sueño. Pantalones rojos vestían tus piernas, mi cama, cerca
de las cinco de la tarde. Me senté al lado tuyo y me apoyé en ti. Tu nariz, que
te distingue del resto y por tanto la amo, era protagonista. Yo lograba
acariciarla con mi cara, circunscritos ambos en un acto de cariño, de sentirnos
a través del rostro, mi pómulo izquierdo me hizo feliz cuando jugaba con tu
nariz a comunicarse cosas que no logro entender.
No es la primera vez que relato
estos sueños y que el subconsciente traiciona mi voluntad. Al parecer las
decisiones que tomo despierto no surten efecto en las noches. Pero me gustó la
idea de estar ahí en mi cama, en mi ciudad, con las puertas abiertas y
querernos sin más complejos que la vida misma.
Eso en los sueños porque en tal
vida misma las cosas son más bien distintas. Me he convencido de que la
prioridad está en trabajar, en un lema como “Procuro cansarme, llegar a la
noche apenas sin vida” para no pensar y no doler. Reprimir el deseo de amar sin
ser amado es lo que hago desde que despierto hasta que me duermo, pero el
subconsciente es más astuto y me hace actuar en escenas que no tendrían lugar
sin haber nacido otra vez. De todas maneras, he aprendido a ser racional y
encontrar explicaciones sensatas a lo que de primeras no entiendo. Ahora,
dedicaré el resto del día a entender por qué me dijiste que soy lindo… algo que
no soy y que no me hace falta reprimir. Ay, ¿qué será, que será?
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