Hola. Estoy en Copiapó muy bien.
Estoy con Martina que hoy no fue al jardín porque llegaba su padre del trabajo
luego de una semana sin verse. Ella está viendo los dibujos animados de la
televisión por cable, su padre duerme. Debió haber ido al jardín porque ahora
está aburrida, ni los dibujos animados la entretienen. Francamente, creo que
sufre el mal de tantos chilenos aturdidos por la soledad y que prenden el
televisor para no sentirse solos y para que algo haga ruido y acompañe. También soy
un hombre solo pero he aprendido a vivir en el silencio o bien acompañado de mi
radio y una taza de té.
Martina me acompañó al cerro
recientemente a buscar una botella que sirviera de recipiente de agua para las
aves que vienen a tomar agua a casa, para los perros no encontramos bidones de
cinco litros. Lamentablemente, muchos piensan que el cerro que nos ha
acompañado desde que llegamos a habitar la población en los noventa es un
vertedero de basuras, un libre foco de infecciones.
Martina está aburrida, pero tiene
buena inventiva para sobrevivir a la soledad (quizás eso vaya dentro de
nuestros genes). Ahora se puso a limpiar un bidón de 50 litros de agua que
encontró en el patio y le ha inventado una historia, le ha puesto un nombre
para dar sentido a su heroica gesta. Tiene cuatro años y mi hermana Sofía doce.
También ella está aburrida y de vacaciones, para vencer el miedo a quedarse
quieta y hacer nada tomó un tarro con cera depilatoria, la calentó en la cocina
(rechazo total) e infestó el hogar con ese olor a vanidad, lo peor es que se
está depilando los brazos. No entiende mi hermana ni argumento ni lamento.
Ahora las dos se nivelan y dentro de un acuerdo implícito toman un balón con el
que juegan imaginando estar en la playa. Mi hermana aún es una niña inocente
que comienza a enamorarse, Martina es una niña pequeña que actúa como adulto a
veces pues ha adquirido nuestros hábitos al vivir desde que nació sin más niños
ni niñas que los del televisor o los del jardín infantil. Se le está
contagiando el peligroso vicio de vivir con gente y estar sola viendo
televisión, anonadada en el celular o enojándose si no le dan en el gusto,
típico mal de hijo único. Aunque si tiene hermanos será mandona como diría la
regla familiar: los mayores dominan o mandan a los demás por cuanto se sienten
legitimados cuando se quedan a cargo de ellos, los hermanos del medio somos más
negociantes puesto que hemos vivido ambas realidades, el último es el más
difícil porque es por lo general el desprotegido y consentido de los padres
ante lo que los hermanos mayores lo apartan.
Sigo en Copiapó y no conozco de
nubes aún, sentí calor hoy, inclusive. En el día de ayer estuvo de cumpleaños
mi abuelo y fui a saludarlo. Allá me encontré con mis tías y primos de los
Castillo, fácilmente nos concertamos cuatro generaciones y tuve la dicha de
conocer a Leandro, el hijo recién nacido de mi prima Gabriela (sí, la misma de
algunas entradas anteriores). Mi tía Sylvia lleva la delantera con tres
bisnietas y mi abuelo la sigue con dos pese a que él la aventaja con creces en
nietos. Hice en mi mente la suma de todo el clan Castillo, más de cien si
contamos como inicio la generación Castillo Díaz y de pronto pensé cuán poco
valoramos a los ancestros, cómo no sopesamos el esfuerzo y valor de haber
creado un clan como el actual. Mi bisabuela Aldecira con mi bisabuelo Samuel
comenzaron gran gesta y luego mi abuelo y mis tíos abuelos quienes en el camino
vieron fallecer a varios de sus hijos, continuaron con la construcción de una
familia numerosa, con pocos recursos, aprendiendo de la costumbre, mirando y
trabajando sin más motivo que llevar el pan a la casa.
De pronto me cuestiono si tengo
el valor suficiente para crear una familia como esta o si me daría por vencido
al primer despido o al primer llanto de mis hijos. De pronto me pregunto si algún
día podré tener en mi país el derecho –no oportunidad- a tener mi clan
familiar.
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