Es sintomática esta vergüenza que siento cuando intento reconocer lo que me pasa al ver sus publicaciones e historias. Me gusta y no sé cuánto. Nado en los bordes donde se limitan la atracción y el amor, floto en estas aguas con sabor a olvido, a nostalgia y al recuerdo de Javier. Nado sin avanzar, me hundo en desesperanza y retorno a la superficie al tomarme de su nariz de hombre, su cabellera que es mi antónima, su sonrisa que diente a diente me ciega.
Vive Javier en mi mente, en mis deseos y en mis rabietas. Y me da pena que mi corazón sólo dé amor amargo, y es que mis manos son acero que agría la sangre que me atraviesa. Él merece un amor dulce, alguien de voces melódicas y risitas de color psicodelia con sabor a canela-mango-manzana. Y sin embargo, mi boca no se ríe siquiera, emite palabras frías, formales, sin sentimientos, capaces de gobierno y solemnidad, nada más. ¡Cómo Diosito va a castigar al Javito con mi compañía egoísta y mi cuerpo cansado! Mejor que ni lo rece pues soy incapaz de hacerle un daño innecesario a esta alma jovial y voluntariosa, a este dueño de mi último capricho.
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