Nunca había escrito ni hablado
mucho sobre uno de mis diversos amores de adolescencia. Este amor adolescente
era como un recreo dentro de tanto desastre liceano, y como recreo que fue, duró
poco y terminó con el despegue de un avión hacia foráneo destino.
Él cantaba y sus ritmos
preferidos claramente que no eran los míos, pero cuando lo veía en performance
notaba cómo sus ojos y sentimientos se volcaban en mí, parecido a que fuera yo
una fuente inagotable de su inspiración y pasión. En el liceo no nos juntábamos
(nunca tuvimos ni siquiera una amistad) y con escasas oportunidades nos
hablamos para saludarnos o emitir palabras con torpeza y tartamudeo.
Fue en ese aniversario de tercero
medio cuando abrí mis ojos y empecé a notarlo con mayor interés porque su
mirada me seguía, me buscaba… y como también buscaba yo alguien con quien hacer
conexión, no tardé en descubrir que frente al micrófono y encima del escenario
hasta debajo del agua se podían adivinar sus reales intenciones.
En una de las celebraciones por
el triunfo que tuvimos los terceros medios en el aniversario del liceo, y bajo
el contexto de mis intentos fallidos por integrarme al mundo de los chicos
carreteros y adinerados, asistí a tomar algunas cervezas en las dunas de
Copiapó y como protagonista de la celebración estaba él derrochando espíritu de
ganador, de amigo y borracho. Quién sabe en qué momento me acerqué a él porque
mediaba entre lo que iba a buscar (ni idea) y yo, hasta que en un santiamén me
vi feliz encerrado dentro de la fuerza de sus brazos y el olor a cigarro de su
chaqueta para el invierno. Hubiera dado hasta la última de mis esperanzas por
que él no estuviera ebrio y su instinto de amor hubiera sido por completo
sincero y valiente.
Natural e inevitable, el tiempo
pasó desde que ya no supe nada más de él y año tras año, su imagen comenzó a
esfumarse por lo que cuando me acordaba de él al mirar mi cédula de identidad,
lo miraba en sus fotos de perfil de Facebook. Al menos se ve bien, saludable y
contento, no como uno que se alimenta de recuerdos, de cuando éramos comparados
por los profesores, odiosamente, de cuando iba caminando detrás de él al llegar
al liceo escuchando en un MP3 “Como un lobo” de Miguel y Bimba Bosé y cantaba…”y
como un lobo voy detrás de ti, paso a paso tu huella he de seguir…”.
Admito que se ve bien y que Dios
ha tenido con él más preferencia que conmigo, porque pese a su alcoholismo y
drogadicción sigue siendo apuesto y seductor como siempre, con las neuronas que
queden, pero me gana en actitud, en pose, en plantearse. Y uno acá debajo de
una calvicie imposible, en una oficina oscura y con la falda abrigada por la
ternura de mi gato.
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