Días atrás decidí poner fin a mi participación
como Asesor Laboral del Programa Abriendo Caminos ejecutado por la Universidad
de Atacama, luego de mucho pensarlo y poner en la balanza cientos de elementos
que me tenían con el alma en un hilo. Por una parte, mi interés ha estado
últimamente en dar a mi carrera de administrador público un cariz social y
proyectarme en esa área, por otra, quisiera probar trabajar en un área algo más
técnica y a veces desenvolverme más en el sector político o politológico.
Lo cierto es que uno de los
tantos concursos a los que postulé, resultó, en el Servicio de Impuestos
Internos para ser fiscalizador tributario. Cuando postulé lo hice para trabajar
en Copiapó, pero cuando me llamaron para comunicarme acerca de mi selección me
ofrecieron solamente Vallenar previa estadía de tres meses en Santiago en una
capacitación. Ha sido una decisión demasiado difícil de tomar y desapegos
demasiado fuertes que practicar en menos de dos semanas. Aún no logro
despojarme de toda la pena que me
provoca decir adiós a uno de mis sueños profesionales que más quiero: trabajar
en Copiapó para Copiapó.
La oferta es muy seductora, a mi
breve experiencia profesional, inferior a un año, rechazar lo que se me pone en
la mesa sería demasiado irresponsable. Me dará la oportunidad de explorar
nuevas áreas de mi profesión, realizar sueños materiales, tener la estabilidad
que un convenio de honorarios no puede ofrecer y aceptar un desafío que me hará
crecer como administrador público.
Aunque lo anterior contempla una oportunidad caída del cielo, debo
aclarar que esto tiene para mí un precio emocional demasiado alto, el cual he
decidido pagar.
Me voy, dejo Copiapó por un buen
tiempo, renuncio a mi sueño de ver crecer mi ciudad, de ver a la familia y al
barrio todos los días. Lo que más me duele es dejar nuevamente a Leandro por
tanto tiempo, nada hay como su cariño, sus abrazos, su sonrisa y el amor que
siento por él. Creo que la vida me pone una prueba demasiado grande y que la
pena me embarga cuando me imagino diciendo adiós arriba de un bus. Dios, dame
la fuerza, dame el perdón que necesito al fallar a mi promesa de no dejar de
lado jamás a Leandro, por no cumplir ni estar a la altura. Pero yo quiero
también crecer, formar mi nido, solitario pero mío, para que un día Leandro
pueda sentir orgullo de mí, mi coraje y esfuerzo. Recibo esta oportunidad con
mucha gratitud, más gratitud que pena y quiero partir del nido, rezando, orando
y pidiendo al universo que se alinee y así pueda recibir una llamada con la
noticia de que en Copiapó hay un cupo para mí, que ya no es necesario irse a
Vallenar.
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