Había renunciado a escribir esta historia porque la vida me parecía aburrida, en especial la mía. No digo que haya dejado de serlo; que juzguen otros. El once de enero con los ojos semi abiertos, modorra en los pasos y hablando en voz tediosa llegué de la habitación a la suerte de estar de la casa de veraneo. Desde el pasillo se pronosticaba un día despejado, el sol peligroso reflejándose en las aguas azules del océano y quizá un inocente temblor que asustara a la concurrencia masiva como todos los fines de semanas. Pero pasando el umbral de la puerta encontré una razón suficiente para renunciar a la renuncia de contar lo siguiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario