Sí, éramos tan felices. Solíamos andar con las uñas sucias, la cara embetunada en barro y las axilas hediondas a cebolla infantil. Siempre usábamos la misma ropa. Nuestra madre era una vieja amable y gorda, con cara de oso moreno, como del norte. Cada vez que el papi volvía de la feria se bajaba a jugar una pichanga con el Mano y yo, mientras mi mami le calentaba su comida. Hubo un día en que eso no pasó más: la mamá se había ganado la lotería y la nueva casa se nos llenó de mentirosos. Ya no fuimos más felices.
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