Versos

"Yo no protesto pormigo porque soy muy poca cosa, reclamo porque a la fosa van las penas del mendigo. A Dios pongo por testigo de que no me deje mentir, no hace falta salir un metro fuera de la casa para ver lo que aquí nos pasa y el dolor que es el vivir." (Violeta Parra en Décimas, autobiografía en versos)

miércoles, 27 de octubre de 2010

La tía abuela


Ella es Sylvia Castillo.
Una tía de amistades,
Es más como una abuela mía,
Que la tía de mi padre.

Ella es una mujer aguerrida,
Una hembra que aunque cansada, respira.
Una hembra compleja, pero que logra
Resolverse siempre antes del que la analiza.

Da amistades y las quita.
Una dama madura que todo enseña,
Que ama a las yerbas de su casta,
Y a mí me hace sentir dentro de ella.

La Silví observa y mira,
Desde sus lentes que la hacen entera.
Y me comenta cosas que yo no veo,
Porque las narra con una ternura inmensa.

Qué más quiero que escribirle este poema,
Que darle un abrazo, una sonrisa.
Quiero decirle que me sincero
Y que no la considero
Como una tía abuela, sino
Como a una tía amiga.

Copiapó

Del frío cruel al que los libros me trajeron,
Me escapo ahora al norte, al sol, al desierto.
Me voy contento en este viaje
Que me retorna a la tierra en que me crió,
Junto a mis hermanos
Y juntó a mis padres.

De verano es un horno caliente
Que derrite los ánimos de las gentes.
Y de invierno es un padre que abriga,
En las mañanas a sus gentes vecinas.

Es Febrero abrasador
Es Agosto abrazador.

Es un pueblo seco y sin mares,
Con cielos claros y nubes en soledades,
Es café y no tiene excentricidades.
Copiapó, pueblos en los arenales.

Es un pedazo de tierra árida,
En que el minero de la vida.
Es temblor, es viento seco, corazón.
Es siempre Sol, es siempre Copiapó.

El Dios triste por Gabriela Mistral

Mirando la alameda de otoño lacerada,
la alameda profunda de vejez amarilla,
como cuando camino por la hierba segada
busco el rostro de Dios y palpo su mejilla.

Y en esta tarde lenta como una hebra de llanto
por la alameda de oro y de rojez yo siento
un Dios de otoño, un Dios sin ardor y sin canto
¡y lo conozco triste, lleno de desaliento!

Y pienso que tal vez Aquel tremendo y fuerte
Señor, al que cantara de locura embriagada,
no existe, y que mi Padre que las mañanas vierte
tiene la mano laxa, la mejilla cansada.

Se oye en su corazón un rumor de alameda
de otoño: el desgajarse de la suma tristeza.
Su mirada hacia mí como lágrima rueda
y esa mirada mustia me inclina la cabeza.

Y ensayo otra plegaria para este Dios doliente,
plegaria que del polvo del mundo no ha subido:
"Padre, nada te pido, pues te miro a la frente
y eres inmenso, ¡inmenso!, pero te hallas herido".